La democracia posible

Rodrigo López Oviedo

El gobierno de Dilma Rousseff no estaba adelantando ningún proceso que pusiera en riesgo la propiedad privada, que colectivizara los medios de producción o que tuviera cualquier otro propósito que pusiera en riesgo la naturaleza capitalista del Brasil. Simplemente estaba evitando que los presupuestos estatales siguieran al servicio de la burguesía para ponerlos al rescate de la dignidad de millones de brasileños que estaban en la pobreza extrema.

A la burguesía brasileña no le importó tan loable fin. Para ella lo importante era recuperar el manejo de las políticas y recursos públicos, y para lograrlo no tuvo ningún empacho en romper un proceso que, con sus dificultades, venía mostrando inocultables éxitos en el desarrollo de sus propósitos. El golpe de Estado era su carta de salvación y a él acudió con los resultados que hemos comenzado a ver.

Golpes como este, o como el de Augusto Pinochet contra Salvador Allende; es decir, golpes blandos o golpes militares, debieran llamar al movimiento democrático a nuevas reflexiones acerca del tipo de democracia que debemos esperar mientras sean las burguesías las que dominen la actividad política.

Ese análisis debe tomar en cuenta que el poder ejecutivo no es todo el poder, y ni siquiera lo es si se le sumara el legislativo y el judicial. El poder real está en los dueños de la estructura económica, los cuales utilizan esa estructura para condicionar a sus intereses a los integrantes de las demás ramas del poder, que no son más que sus dependientes, y a los cuales pueden quitar del paso en caso de necesidad, como ha ocurrido en toda Latinoamérica a través de golpes militares.

La democracia no ha sido entre nosotros la forma de nuestro poder, sino la forma de nuestro sometimiento al poder de la burguesía. La democracia no ha sido tampoco un estado consustancial a la burguesía, sino contrario a los intereses de la burguesía; un estado que fue impulsado inicialmente por ella, pero que comenzó a quedarle grande cuando los trabajadores, hace más de 200 años, comenzaron a reivindicar justos derechos, aún hoy desatendidos.

La democracia ha sido siempre una forma transitoria de gobierno; una forma que opera mientras haya normalidad gubernamental, que se suspende cuando tal normalidad desaparece y a la que se vuelve cuando la normalidad retorna. La gran tarea es hacer permanente esa democracia, pero no para que solo sirva al ejercicio del sufragio universal, casi siempre burlado. No, democracia permanente para que también garantice a todos los miembros de la sociedad “la mayor suma de felicidad” posible. Una democracia así solo será posible cuando al frente de la sociedad estén los trabajadores.

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