Los campesinos y el plebiscito

Rodrigo López Oviedo

Con singular exceso de egoísmo, el sector terrateniente, dueño de ubérrimos y muchos latifundios más, ha venido propalando infundios para impedir que la ciudadanía se entere de lo que realmente ocurrió en La Habana y hacer que se horrorice con lo que no ocurrió.

Esos malévolos personajes andan diciendo, por ejemplo, que los campesinos serán despojados de sus tierras para entregarlas a las guerrillas, en lugar de informar honestamente que de ganar el Sí, el próximo 2 de octubre, lo que puede venir será la más extraordinaria reforma rural que colombiano alguno haya imaginado, puesto que repartirá a nuestros campesinos más de tres millones de hectáreas de tierras cultivables, provenientes de los baldíos de la Nación y de otras áreas que están por fuera de la producción agrícola.

Haciendo pensar al país en las impunidades de los demás, sin mencionar las propias, estos señores buscan que no se sepa que esa Reforma Rural Integral traerá vías y puentes para que los campesinos puedan sacar sus cosechas, centros de acopio para que puedan resguardarlas, canales para su comercialización y muchas soluciones más a todos aquellos otros problemas que les impiden ser los beneficiarios principales de lo que son los exclusivos productores. En cosas como estas es en lo que los enemigos del Sí no quieren que el país piense.

Y no quieren tampoco que piense en los otros derechos que podrían satisfacerse si el SÍ sale airoso. En este caso, tendríamos un campesinado con acceso a educación y salud; a cultura, recreación y deportes; y a los desarrollos de la ciencia y la tecnología para que, incorporándolos a la producción, puedan obtener de ella un valor agregado que les permita elevar su calidad de vida.

Los enemigos de la paz son reacios a que se les reconozca como tal; pero, en lugar de dar señales en el sentido que les interesa, se muestran proclives a que los campesinos se sigan enfrentando como enemigos y defendiendo los intereses de sus enemigos, en lugar de que convivan como hijos de la misma patria, en la que comparten las mismas necesidades y carencias, y en la que podrían juntar voluntades para voltear la torta y hacer de Colombia lo que anhelaba el Libertador: un país en el que podamos contar con la mayor suma de felicidad posible.

Esta es la Colombia en que muchos soñamos. Y daremos un paso efectivo hacia tan anhelada meta si, en lugar de ceder a los infundios de quienes siguen sembrando odios, logramos que este 2 de octubre las urnas rebocen con un multitudinario Sí cantado a mil voces en respaldo a la paz.

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