El Nobel y la paz

Rodrigo López Oviedo

A Juan Manuel Santos se le apareció la Virgen y a buena hora. El proceso de paz con las Farc, que había dado un paso significativo al llegar a acuerdos para ponerle fin a una guerra de 52 años, estaba en riesgo de sucumbir, y requería de un empujón que contribuyera a desempantanarlo.

Y el empujón se dio, pero, por desgracia, no en el solar patrio. Se dio en Noruega por voluntad del Comité Nobel de Paz, que le brindó su preciado galardón al Presidente, uno de los dos protagonistas del proceso, aunque hubiera sido más justo repartirlo entre ambos.

Este Premio ha servido para que los amigos del sí en el plebiscito se sientan estimulados a seguir luchando por la paz, mientras que los líderes del no, ahora supuestamente también amigos de este preciado fin y dispuestos a sacrificarse por conquistarlo, no hayan cómo ocultar su desazón por el respaldo implícito que el Comité de Oslo le ha dado a los acuerdos y, parcos en sus felicitaciones, las han acompañado de reclamos a nombre de quienes los acompañaron en el no, de quienes aseguran que votaron así para que los acuerdos “se corrijan”, cuando en la etapa final de la campaña hablaban de “mejorarlos”, lo que no es lo mismo. Hoy, continuando con su repulsiva actitud, ya no hablan de mejorarlos ni de corregirlos, sino de “volver a negociarlos”, lo que volvería añicos los cuatro años de La Habana.

Ante lo anterior, quién sabe cuál camino tomará Santos, si el de perseverar en la búsqueda de la paz mediante la implementación de los acuerdos, aunque sin contar con el alivio procedimental del Fast Track, o el de someterse a los sectores que le están poniendo trabas al cumplimiento de su deber constitucional de garantizar la paz entre los colombianos. De hacer lo primero, reforzará la admiración que ha despertado en el mundo entero su interés por la paz. De optar por lo segundo, seremos mirados por todo el orbe como un pueblo raro, que más parece hacer parte del extraño mundo de Subuso, antes que de esa realidad propensa a la paz que tenemos al alcance de las manos.

Por fortuna, al ahora Nobel lo presiona un sector oligárquico que necesita de la paz para ampliar el campo de sus inversiones y el de las multinacionales, inversiones de las cuales deriva mayúsculos dividendos. A esa presión debemos sumarnos los amigos de la democracia y la justicia social, que son apalancamientos sociales indispensables para que el silencio de los fusiles se pueda transformar en la paz estable y duradera que hasta sus enemigos dicen querer.

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