¡Y qué reforma!

Rodrigo López Oviedo

Ha dicho el Ministro de Hacienda que la reforma tributaria que cursa en el Congreso es estructural porque aborda al mismo tiempo objetivos de simplicidad, equidad y competitividad.

Con respecto a la simplicidad, puede que cumpla ese objetivo, pero no en la Dian, que ahora tendrá que procesar la declaración de renta de un buen número de ciudadanos que entrarán a declarar, sin pagar un peso, por una simple modificación de la base tributaria.

Pero es en el aspecto de la equidad en el que no hay ninguna posibilidad de cumplimiento. Esta no puede alcanzarse en un país como el nuestro, que ha sido reconocido como uno de los más inequitativos del mundo, imponiendo más impuestos a las clases populares, mientras a los dueños del país se les aligera el peso de sus tributos para posibilitarles el logro de mayor competitividad, así esta esté coartada por la política de rodilla en tierra que siempre ha caracterizado a nuestros gobiernos con respecto a las potencias imperiales y que se traduce, entre otras cosas, en tratados de libre comercio y otras gabelas.

No es cosa nueva. Recordemos aquellos tiempos en que nuestro país gravaba a las sociedades de los ricos, las sociedades anónimas, con una tarifa del 40 por ciento, y a las sociedades de los pobres, las de responsabilidad limitada, con el 20 por ciento. Tales porcentajes tarifarios parecieron inaceptables a un gobierno, el cual aprovechó una reforma tributaria para incrementar el impuesto a las sociedades de los pobres, reducir el de las sociedades de los ricos y a los dueños de estas les eliminó, además, el impuesto a los dividendos. Esto vino seguido de la reducción de los impuestos arancelarios y de otros beneficios a los de arriba, mientras a los de abajo se les reducían los casi inexistentes y se les imponía el IVA. Para colmo, a las cooperativas se les impuso un tributo del 20 por ciento sobre los excedentes, dizque para contribuir al financiamiento de la educación formal.

De esas venimos, en esas estamos y de esas no nos sacará el actual proyecto de reforma. Esa ha sido la suerte a que estamos condenados quienes no tenemos en donde caer muertos. Esa es la suerte que seguiremos sufriendo mientras no entendamos que solo podremos redimirnos de ella cuando reemplacemos el actual poder oligárquico por un nuevo poder de obreros, campesinos, clase media, empresarios con espíritu democrático y científicos e intelectuales que entiendan la necesidad de crear unas condiciones políticas y sociales que le pongan coto al enriquecimiento desaforado y sin pausa de las oligarquías y faciliten a cada compatriota la posibilidad de ser feliz.

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