Medios contra la guerra

Rodrigo López Oviedo

El Gobierno está empeñado en hacernos creer que los Acuerdos de La Habana sí han servido para crear un ambiente de paz, y como prueba acude al hecho de que al Hospital Militar no han vuelto a llegar soldados heridos en combate.

De lo que no habla es de los muchos activistas sociales que, vueltos cadáveres, siguen llegando a los cementerios, y todo por persistir en la defensa de los derechos humanos, exigir justicia ante los asesinatos y desapariciones de los líderes populares, demandar una pronta y justa implementación de los acuerdos de paz, ejercer el periodismo contra los anteriores atropellos, o mostrar caminos alternativos al de la institucionalidad burguesa para resolver los miles de problemas sociales que nos afligen.

Según pronunciamiento del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, en los primeros cuatro meses de 2017, fueron asesinados en Colombia no menos de 41 defensores de derechos humanos. Según el informe de la Defensoría del Pueblo, en el período enero de 2016 – febrero de 2017 fueron asesinados 120 líderes sociales.

Hechos tan graves como los anteriores solo son superados por la indiferencia con que los colombianos los hemos asumido desde siempre. Paralela a la masacre de Mapiripán, en un pequeño municipio español fue secuestrado y muerto el concejal Carlos Blanco. Todos los españoles se arrojaron a las calles a reclamar castigo para los culpables, mientras lo de Mapiripán solo causó entre los colombianos algo más que un leve escozor.

Por estos días fue desaparecido en Argentina el líder mapuche Santiago Maldonado, y desde entonces los argentinos han estado levantado la voz para exigir su pronto retorno al seno de su familia y de su organización.

En México, el 26 de septiembre de 2014, fueron desaparecidos 43 estudiantes, y el estallido de protestas generado no ha parado en el país azteca.

En el municipio de Coyaima fue asesinada la semana pasada la líder magisterial Liliana Astrid Ramírez, y el país ni se enteró. Esa es una prueba del carácter sesgado de los grandes medios; pero así ellos le hubieran dado espacio noticioso a tan deplorable hecho, la movilización ciudadana habría sido casi que ninguna.

Nuestros líderes están siendo asesinados sin misericordia alguna, pero también en medio de la mayor indiferencia social. Y eso habla de lo mucho que está por hacerse. Necesitamos fortalecer nuestras organizaciones, romper con el burocratismo y el sectarismo que a muchas corroe y que les impide avanzar hacia la necesaria unidad. Tal vez en el camino hacia esos propósitos, nos encontremos con la imperiosa necesidad de crear un poderoso medio de comunicación que ayude a contrarrestar el nocivo influjo oligárquico.

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