La paz asediada

Rodrigo López Oviedo

Hamlet: Yo os amé en otro tiempo.

Ofelia: En efecto, señor, así me lo hicisteis creer.

Hamlet: No deberíais haberme creído… No os amé

El anterior diálogo, tan hermoso como todo lo que salió de la pluma de Shakespeare, bien podríamos asemejarlo con los hechos del presidente Santos:

Santos: Yo quise la paz en otro tiempo.

El pueblo: En efecto, señor, así me lo hiciste creer.

Santos: No debiste haberme creído… No la amé.

De ese tenor ha sido la actitud del Presidente: Al principio, despertó mucha credibilidad su amor por la paz, para después demostrar que, al igual que el amor de Hamlet por Ofelia, el suyo por aquella tampoco existió.

¿Que de dónde sale esa conclusión? Muy sencillo: de lo poco que ha hecho por hacer valer su condición de Jefe de Estado, que fue bajo la cual firmó los acuerdos con las Farc. Ahora resulta que como estamos en un Estado de Derecho, se siente obligado a respetar la división de poderes, de lo cual no se acordó al momento de estampar su firma. Así va saliendo a la superficie ese santanderismo pernicioso que es capaz de poner el legalismo por encima del bien supremo de la paz

Bien preveían algunos analistas que la intención de Santos era la de conseguir una paz barata y con el mínimo de oportunidades para que los insurgentes de ayer, hoy desarmados, pudieran vivir sin los acosos de la guerra y disfrutando de todos los derechos a participar sin riesgos en el juego electoral.

Y no solo la intensión de Santos, a quien el premio Nobel le quedó grande. También las de la Corte Constitucional y del Congreso, los cuales formaron con él una trinca para, por ejemplo, impedir que la Jurisdicción Especial para la Paz contara con magistrados extranjeros que pudieran encargarse de ofrecer garantías de imparcialidad en los fallos de sus tribunales; o de defensores de derechos humanos, como si algo que se quisiera recuperar no fuera precisamente la vigencia de tales derechos.

Pero, además, prácticamente se redujo a nada el propósito de acabar con la impunidad, pues solo las Farc quedaron sometidas a la JEP. De ella fueron excluidos los civiles y agentes del Estado que pudiesen estar comprometidos con los hechos objeto de tal jurisdicción, lo cual significa cero penas, dada la inoperancia de la justicia ordinaria.

En esencia, poco a poco se está consumando un atentando alevoso contra la paz, pues resultaría ingenuo esperar que en la Cámara se pueda restablecer la integridad de los acuerdos. Solo queda conformar un amplio frente de masas que, en las calles, busque cumplir tal cometido.

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