Colombia en la ONU

Rodrigo López Oviedo

La ONU es mucho lo que está dejando que desear, por el rumbo que toman sus decisiones. Creada para buscar y mantener la convivencia pacífica entre los pueblos, poco a poco ha venido renunciando a ese propósito, resignándolo a atender tareas de poca o mucha envergadura, pero marginales respecto del propósito que le dio vida.

Ese desajuste entre propósitos y logros tiene su origen en el sometimiento a que la ha sometido Estados Unidos, país que desde hace décadas ostenta el primer lugar en desarrollo económico, no tanto en razón a sus méritos, que los tiene, y muchos, sino por el vasallaje a que ha sometido a otros pueblos, de los cuales ha extraído y extrae sus más preciadas riquezas, siempre con el concurso de las oligarquías criollas.

Pero el declive de la ONU lo ha motivado no solo esa transmutación de objetivos, derivada del papel dominante de su principal integrante, sino también la suerte que han corrido sus disposiciones, en nada parecidas a lo que con ellas se quiere.

Un ejemplo aberrante es el de Cuba. Estados Unidos ha sometido a Cuba al más infame bloqueo económico desde el momento mismo en que la Isla optó por recuperar su soberanía y construir el socialismo. La ONU ha querido ponerle fin a tan criminal política y reiteradamente ha aprobado, por aplastantes mayorías, su suspensión inmediata. Sin embargo, a tales disposiciones, también reiteradamente, Estados Unidos las ha convertido en letra muerta, sin siquiera acudir a la conocida fórmula “se acata, pero no se cumple”. Así vemos a este país, hoy tan bloqueado como al principio, sin que a Estados Unidos le pase nada.

Ahora le toca el turno a Venezuela, país al que se le ocurrió emprender un camino soberano, haciéndose acreedora por ello a la guerra mediática, diplomática, comercial y financiera, a las cuales debe la hiperinflación que ha condenado a muchos a no poder satisfacer con suficiencia sus necesidades y a otros a salir de su patria en busca de los productos que las oligarquías de su país han tornado escasos.

Lamentablemente, esos intereses imperiales son defendidos por las oligarquías de algunos países dependientes, y eso es lo que explica el papel que Colombia está jugando contra nuestros hermanos venezolanos. Esto obliga a que los pueblos del mundo salgan al rescate del bravo pueblo.

Esta desvergüenza hace que en este momento no haya tarea más importante que la solidaridad, y el primer paso tal vez sea el de someter al presidente, Iván Duque, a una presión tal que lo haga invertir su política internacional, poniéndola al servicio del derecho de los pueblos a su autodeterminación.

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