La muerte de un símbolo “si se calla el cantor…”

Manuel José Álvarez Didyme

Desde su fundación en 1968 y sin pausa alguna, “La Coral Ciudad Musical” ha sido, –sino el que más-, uno de los sitios en donde, con mayor dedicación, se le ha rendido culto al más preciado de nuestros valores terrígenos: la música, el “arte de las musas”, el mismo que nos ha dado identidad ante el país y el mundo, desde aquella lejana fecha de finales del siglo XIX, en que nuestra ciudad fue visitada, por un presunto Conde de un desconocido condado galo denominado “Gaubriac”, que arrobado ante la capacidad melódica de los raizales de estas breñas, -según el historiador de este solar, Álvaro Cuartas Coymat-, llamó a Ibagué, la ‘Ciudad Musical de Colombia’, un apelativo que señala la música como nuestra principal vocación, enraizada en el alma y hecha cosa propia por cada uno de los ibaguereños.
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Y orondos hemos seguido haciendo tránsito en el tiempo, ostentando tal calificativo como insignia o factor de identidad, pese a que lo poco que hasta ahora hemos hecho para podérnoslo apropiar de forma justificada y continuar exhibiéndolo como divisa, mientras otras ciudades como Bogotá, Medellín, Cali  o Valledupar, sin pretensión de arrebatárnoslo, pero en virtud de la gran cantidad de actividades que en ese campo realizan, hacen que los medios y sobre todo la opinión terminen por verlas a cada una de ellas, como “las verdaderas ciudades musicales de Colombia”.

Por ello la grave noticia, de que, a causa del coronavirus nos hallamos ante el inminente cierre de La Coral y que quedarían sin oficio cierto 34 de sus integrantes, nos preocupa en grado sumo, ya que ni el gobierno local, ni el titular de la

mente denominada Dirección de Cultura Departamental, -un “sin tocayo” de nombre Jaiber Bermúdez-, han dicho o hecho algo para evitarlo, posiblemente por cuanto no se han percatado de la gravedad de tal eventualidad, posiblemente a causa del desconocimiento total de la región, como ya se vio cuando el último de los nombrados expresó sin titubeo alguno, que el “maestro Alberto Castilla, autor del Bunde -nuestro himno- y como tal “insignia musical del Tolima”, había sido un exótico compositor peninsular.

Muestra que nuestra actual dirigencia carece de la formación e información suficientes para tener plena claridad sobre lo que de esta sociedad debe proteger, mantener y preservar, es decir sus valores, que son los que encarnan lo fundamental.

Los mismos que vamos perdiendo a medida que nos urbanizamos, entre los cuales está la música que narra nuestro apego al paisaje y a las pequeñas “cosas aparentemente inútiles de la vida”, no obstante que son las que constituyen “el verdadero territorio de la autenticidad”, aquel que describió García Márquez en una de sus hermosas y surrealistas reflexiones que llamó “el presagio del  tren amarillo”, tales como el rumor de un río, un amanecer o la caída de la tarde, el vuelo de las aves o el olor de la florescencia al despuntar el día antes de iniciar  la cotidiana labor, los mismos que conforman la temática de nuestra música, en cuanto auténtica expresión del talento popular de nuestras gentes de claro acento campesino.

Por ello conturba, cuando vemos que “se va a callar un cantor” y que con su ocaso, podemos llegar a la angustiosa circunstancia de que con ello, “… calle definitivamente la tarde”.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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