¿Si será posible una paz total?

Manuel José Álvarez Didyme

El tiempo que llevamos exaltando la violencia, ha terminado por convertirla en un consustancial atributo del ser colombiano, desde cuando se relieva en las bancas escolares la condición guerrera de algunas de nuestras tribus -caribes y pijaos son ejemplo-, en tanto se alude en forma casi desdeñosa a la mansedumbre de otras como los mayas y los chibchas, de quienes se dice, fueron fácilmente conquistados y sojuzgados por su pobre capacidad de lucha y por haberse calificado en la artesanía o la astronomía, que no en el combate.
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De igual manera, se glorifican de forma casi exultante, los genocidios y depredaciones que los íberos conquistadores realizaron en suelo americano, y por doquier se han levantado monumentos que honran a Hernán Cortés, a Pizarro, a López de Galarza  y a tantos otros, al punto que hoy fungen como paradigmas para nuestra juventud, pese a no tener mérito distinto de haber desbrozado la selva y diezmado las tribus raizales, movidos por la codicia y el desmesurado afán de lucro.

Y ni que decir de nuestra vida republicana salpicada de traiciones, atentados, arteros crímenes y guerras de todos los tamaños y para todos los gustos, en las que cada gamonal se erigía en coronel o general y cada peonada en ejército, estimulados por el ocio y para combatir la opinión ajena que tanto les mortificaba porque ponía en evidencia sus errores.

La misma iglesia o las logias masónicas, las asociaciones profesionales y hasta los colegios y universidades, en los albores republicanos y en momentos más recientes de nuestra historia no lograron escapar al fanatismo y a la militancia combativa contra las ideas contrarias, convirtiendo en “bueno” al correligionario o estigmatizando como “malo” al contrario. 

Al punto que del fanatismo y la violencia nadie ha podido estar a salvo, incluso nuestro actual primer mandatario enrolado antaño en un grupo guerrillero y hoy con un falaz discurso no exento de agresividad, pues de una forma u otra todos hemos caído en ellos, encontrando siempre razones para justificarlos: “viendo la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio”.

No obstante, momentos ha habido en la historia que, ante la saturación de barbarie hemos sabido y podido pactar pausas a la agresión, el odio y el combate y altos al daño colectivo causado: “la llamada paz de Wisconsin”, “el Frente Nacional”, “los acuerdos de desmovilización con el M-19” y la más reciente con las Farc, son ejemplos de ello.

Lo cual nos ha permitido ver, -así haya sido por breves espacios de tiempo-, que la pacífica coexistencia y la fraternidad entre nosotros sí son posibles; que sí tenemos potencialidades para lo positivo y que hay un país de gentes buenas que no han sido totalmente permeadas por el resentimiento y el rencor, con las cuales se puede contar para reconstruir lo arrasado.

Son aquellas que aún luchan honestamente por la diaria subsistencia, que no renuncian a ver la patria en paz y no  se dejan tentar por el fácil enriquecimiento que les ofrecen el narcotráfico y la corrupción; que aún se rebelan contra su influencia y la del sectarismo en el congreso, en el gobierno y la justicia, y creen, a pesar de lo afectada como está la patria, que esta puede y debe mejorarse, y que aún sueñan y ríen y quieren seguirlo haciendo, y aspiran a que sus hijos y los hijos de sus hijos también  lo hagan. 

 

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME DÔME

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