¡ALTO AHÍ,!

Manuel José Álvarez Didyme

Nuestro coterráneo Juan Lozano y Lozano, por allá en el ya remoto año de 1935, aseveró, -como ya antes la había hecho el maestro Manuel Antonio Bonilla bajo el título de “Ibagué, tierra buena, solar abierto al mundo”-, que esta ciudad a pesar de ser la de sus querencias, carecía de belleza, y agregaba, “…como no son generalmente bellas las mujeres que despiertan las más hondas y tenaces devociones…”.
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En lo cual, tanto el uno como el otro tuvieron la razón, puesto que esta musical villa no ha dejado de ser una urbe fea y sin mayores perspectivas de dejar de serlo, en cuanto, a más de que en ella no prendieron sus luces las siete lámparas de la arquitectura de las que nos hablara John Ruskin; su ubicación geográfica la condenó a ser ciudad de paso donde la gente poco arraiga, a lo que ha contribuido lo mal administrada que ha sido al punto de convertirla en centro proclive al desorden urbano, al desempleo y al atraso.

Como fácilmente puede verse en la incontrolada invasión y la permanente contaminación de su espacio público, sus parques, andenes, vías ya peatonales o vehiculares, afectados por la abusiva utilización que de ellos se hace y sin que autoridad alguna actúe para morigerarlo o refrenarlo, y como lo ratifican los innumerables ventorrillos que la abarrotan y contaminan, y el caótico comportamiento de sus habitantes.

Hasta convertirla hoy en espacio propicio para toda suerte de censurables expresiones de mercadeo electoral como los afiches, letreros, pasacalles y demás que comienzan a verse por doquier, evidenciando con ello el precario concepto que los contendientes en la liza electoral tienen por ella y el poco respeto que sienten por sus conciudadanos, a los que, según proclaman en sus discursos, aspiran a representar.

Porque tal como lo que enseña la moderna semiótica en tanto en cuanto ciencia que estudia los signos, códigos o señales en una comunidad, al observar aquel descomedido comportamiento y al daño irrogado al paisaje urbano el ciudadano no puede ver cosa distinta que quienes tal daño causan, piensan que su imagen y su nombre están por encima de los de la comunidad.

Ante lo cual, y como ya en anteriores ocasiones lo hemos dicho y no nos cansaremos de repetirlo, el sufragante debe negarles el voto, a fin de evitar que, mañana los elegidos convertidos en administradores, persistan en sus abusos y desafueros.

Sin perjuicio que tan nocivas prácticas políticas sean sancionadas, así mismo, de manera ejemplarizante por las autoridades responsables de la preservación del espacio público y detengan tal barbarie pre-electoral.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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