‘Cano’ está muerto, y ahora ¿qué?

El Gobierno acaba de anotarse un verdadero éxito militar con el abatimiento del máximo líder de las FARC, ‘Alfonso Cano’. Es el mayor golpe que se le haya propinado a esta guerrilla en sus casi 50 años de existencia, un hecho que va a generar repercusiones militares y políticas muy importantes.

Contribuye a derrotar el viejo mito de la invencibilidad militar de las guerril­las, al tiempo que le sale al paso a la innoble tesis blandida por el expresidente Uribe respecto a que las Fuerzas Armadas estaban desmoralizadas y que se estaba retrocediendo en seguridad. Este golpe lo que prueba es todo lo contrario: ni las guerrillas son invencibles ni las Fuerzas Armadas están desmoralizadas.

Es posible también que este revés sirva para que las guerrillas reflexionen sobre su futuro y el del país. La muerte de ‘Cano’ se produce tras pocos días de la elección de Gustavo Petro como Alcalde de Bogotá y ello dibuja dos destinos diametralmente opuestos. Lo sensato es escoger la vía democrática, aunque aún esté llena de imperfecciones y sombras. Persistir por la vía militar carece del menor signo de cordura política y sensatez histórica. La asimetría de capacidades bélicas entre el Estado y la insurgencia es tal que reduce casi a cero las posibilidades de que las guerrillas accedan al poder por la vía militar. El poder del estado colombiano es sencillamente descomunal. ¿Para qué entonces persistir? La tesis de la guerra prolongada a espera de que se agudicen las contradicciones sociales y políticas y se produzca un agotamiento del estado y de la sociedad es peregrina en los tiempos actuales en que el mundo marcha a grandes velocidades y cuando cada día surgen nuevos paradigmas políticos, económicos y sociales.


La lucha armada es anacrónica y lo único que consigue, además de sacrificar vidas y generar pobreza, es la perpetuación del statu quo. Su único “mérito” es impedir que la sociedad se fije en el estado de injusticia, privilegios y corrupción que condena a la miseria y a la ignorancia a millones de colombianos. La guerra, pues, no es eficaz para los propósitos de redención de los humildes y debe concluir, y cuanto más pronto mejor para todo el país, pero en especial para los más desvalidos. Si lo que se quiere es enarbolar la bandera de la justicia social, la peor manera es acudir a la lucha armada, es la evidencia de casi medio siglo.


Ahora bien, el Estado y la sociedad deben obrar magnánimamente y ofrecer una salida política a las guerrillas. Y deben hacerlo no sólo por razones humanitarias (no se trata de construir la paz de los sepulcros) sino para conjurar riesgos de que se produzca una mutación y la guerra se transforme en un fenómeno del crimen organizado como son actualmente las bandas criminales. Ojalá que las FARC no se fragmenten y tomen una deriva claramente degenerativa, en la cual los medios utilizados (narcotráfico, tráfico de armas, contrabando) se vuelven fines en sí mismos. La muerte de ‘Alfonso Cano’ no desembocará en el fin de las FARC ni de las guerrillas, como no significó el fin del narcotráfico la muerte de Pablo Escobar ni la extradición de los hermanos Rodríguez Orejuela, ni el fin de las bandas criminales la extradición de Mancuso, Don Berna y compañía. Las FARC y el ELN pueden mutar hacia otras formas mucho más violentas y despiadadas, a menos que se transformen en organizaciones políticas legales, como ocurrió con el M19 y otras guerrillas hace ya dos décadas. La anterior es una reflexión que debemos hacernos todos, incluidas las élites gobernantes y el resto de líderes guerrilleros.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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