El poder como enfermedad

¿Puede el poder, político o económico, convertirse en una enfermedad? Creo que sí. Sin duda alguna. Y debe ser una enfermedad compleja con muchas aristas, entre ellas psicológicas, razón por la cual el tratamiento debe ser algo también complejo,

además no creo ninguna persona que acepte sufrir de esa dolencia, cuyo principal síntoma parece ser el apego al poder más que a la propia vida, acompañada a la creencia de considerarse imprescindible.  

Las pasadas elecciones rusas son una prueba. El señor Putin no ha tenido suficiente con los ocho años que estuvo de presidente ni con los cuatro de primer ministro, ahora quiere más, quiere volver a ser presidente, quiere seguir controlando el país. No importa qué tenga que hacer. En Siberia y en Moscú miles de manifestantes están pidiendo la repetición de los resultados porque consideran que hubo fraude. Pero Putin quiere continuar. Imagino que él imagina, que Rusia debe ser inimaginable si él no la controla. Es patético. Pobres rusos. Cómo estarán de hartos que el partido comunista ha sido la segunda fuerza política más votada, un sector de la población estaría dispuesto a que regresen los burócratas comunistas que gobernaron Rusia 70 años con tal de que Putin se vaya.


Pero si por Moscú llueve por estos lados no escampa. Vi la foto del presidente Chávez levantando la mano de Raúl Castro, el ‘nuevo’ hombre fuerte de Cuba, y me pareció ridícula. No se sabe cuál de los dos está más cerca del sepulcro pero ahí siguen, y supongo que querrán seguir hasta el último minuto de la última hora del último día. Pobres venezolanos, pobres cubanos. En Argentina, la señora Cristina Fernández viuda de Kirchner acaba de comenzar un segundo mandato después de haber heredado el poder de su marido Néstor Kirchner. Pobres argentinos. Igual puede pasar en Nicaragua en un futuro con el señor Daniel Ortega, en donde tras un segundo período prepara la elección de su mujer, Rosa Murillo, para el 2017, si es que no decide reformar la constitución y volver a presentarse. Ortega se parece cada vez más a Somoza. Pobres nicaragüenses.


La enfermedad del poder no respeta ideologías ni culturas. Bastaría mirar hacia el mundo árabe, mirar los espejos de Hussein en Irak, de Gadafi en Libia, de Mubarak en Egipto, de Ben Ali en Túnez. La lista es larga. La razón es que el poder es una especie de droga, cada vez se requieren nuevas dosis para calmar al enfermo. La gente se aferra al poder con la misma fuerza y adicción que un cocainómano o un heroinómano, y cuando se les priva de este fármaco sufren de síndrome de abstinencia, pierden el control, la sindéresis, la razón, como la perdió el señor Quijada en su tiempo, porque se volvió adicto a los libros de caballería y leyó tantos y tantos que se le secó el cerebro y comenzó a delirar y a decir estupideces, a creerse caballero andante destinado a deshacer entuertos e injusticias.


El presidente Santos debería vacunarse contra esta enfermedad y presentar una reforma constitucional para abolir la reelección. Sé que cuatro años son insuficientes para cambiar un país, como sin duda él quiere hacerlo. Pero también lo son ocho, e incluso doce. El comportamiento casi patológico de su antecesor debería servirle de ejemplo. Creo que Santos está haciendo una buena presidencia y que muchos, con sobrada razón, quisieran reelegirle, pero los colombianos deberíamos dar ejemplo al mundo y demostrar que la enfermedad del poder se puede prevenir, ejerciéndola en dosis mínimas que no generen adicción. Para que nadie, en ninguna parte del planeta tenga que decir: ¡pobres colombianos! Hacerlo marcaría la gran diferencia y pondría un punto de referencia hacia el futuro.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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