El mal del Patrón

Es muy difícil mirarse en un espejo que nos enseñe las vergüenzas.

Esta podría ser la conclusión tras ver la serie televisiva, Pablo Escobar, el Patrón del mal. Porque pese a tratarse de un pedazo de la historia bastante conocido, nos recuerda hasta qué grado de violencia, degradación moral, corrupción política y avaricia llegamos en Colombia por cuenta del narcotráfico. Conozco muchas personas que prefieren no ver el programa porque les parece “demasiado violento y crudo”. Y les digo que no podría ser de otra manera. Tanto como nuestra historia.

Desde mi punto de vista la serie tiene un mérito. Hacer que Colombia se mire en ese espejo y que no olvide, para que no repita una historia tan vergonzosa y miserable como esta que nos golpeó y nos arrebató a tantas personas buenas y valientes, que fácilmente caerían en el olvido, lo cual que sería triste y mezquino. A esas personas no las podemos olvidar nunca y creo que en este sentido el seriado de Caracol tiene la bondad de recordárnoslas y evitar que las sepultemos en las parcelas de la ingratitud y el abandono, como si nada hubieran hecho por todos nosotros. Tantos jueces, policías, periodistas, políticos (no muchos),  sacrificados casi que en vano. Debería recordarse también que mientras esas personas lo daban todo, una buena parte del país vivía casi al margen y que una minoría perversa se postraba de manera servil y canalla ante los capos del narcotráfico a cambio de sus dólares malditos y manchados, intentando hacer del defecto una virtud. Y no me refiero solo a quienes se vendieron sino a quienes no fueron capaces de enfrentarlos y cedieron a sus presiones, al chantaje, envueltos en las banderas del pragmatismo. En esto se queda corta la serie. Hay muchos personajillos que pasan casi que de puntillas por la serie, como si apenas hubiesen existido en esa época.

Ahora bien, me preocupa también que gracias a la excelente calidad de algunos actores, por ejemplo, las de Andrés Parra, Alejandro Martínez o Vicky Hernández  muchos jóvenes que no vivieron esos días aciagos terminen admirando, más que reprobando, a esos macabros individuos. En cierta medida es casi una invitación a imitar y a seguir los pasos de esos capos que, a pesar de venir de los escalones inferiores de la escala social, lograron encumbrarse y hacerse reconocer, amar, odiar o temer por el resto de sus compatriotas y de una buena parte del mundo. La serie debería incluir un correlato (aunque fuese ficticio) que testimoniara sobre la Colombia que no sucumbió al derrumbe moral y desde el anonimato permaneció fiel a los valores de la decencia y la laboriosidad. En una sociedad tan dramáticamente excluyente y desigual, no me extrañaría que muchos adolescentes quisieran ser los pablos, lehderes, gachas, ochoas o popeyes. Esto es lo que me parece peligroso. Me estremece el solo pensarlo. No hay que olvidar que vivimos una época en la cual la frontera entre el mundo virtual y el real es borrosa e imprecisa. Para la muestra, el más reciente caso en EEUU de James Holmes, el joven que se creyó el Guasón y mató a 12 personas en un cine. Los directores deberían ser más cautelosos.

Está bien la serie, no la censuro, pero se debe ser más cauteloso y examinar qué mensajes son los que se están emitiendo, porque en lugar de hacer bien, podrían hacer mucho mal.

Por coincidencia vi esta semana en Canal Capital un documento sobre las víctimas de Pablo Escobar, dirigido por Hollman Morris, excelente, impecable. Deberían distribuirlo en escuelas, colegios y universidades. Es un monumento a las víctimas. A quienes mucho les debemos.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

Comentarios