Bogotá vulnerable

Los episodios vividos el pasado jueves en Bogotá volvieron a mostrar que la capital es una de las ciudades más vulnerables de Colombia. Basta con que una o dos docenas de facinerosos se acoplen de forma estratégica para sembrar caos, violencia y terror generalizados.

Los episodios vividos el pasado jueves en Bogotá volvieron a mostrar que la capital es una de las ciudades más vulnerables de Colombia. Basta con que una o dos docenas de facinerosos se acoplen de forma estratégica para sembrar caos, violencia y terror generalizados. Las escenas vistas esta semana tienen una curiosa similitud con las ocurridas hace más de un año, por las protestas estudiantiles contra el alza de las tarifas de Transmilenio, cuando la ciudad también fue objeto de una ola de gamberrismo callejero que nadie supo quién ni cómo fue organizado.

Sin duda que detrás de esta furia urbana hay mentes y manos criminales con intereses soterrados. Habría quiénes se favorecen con estos hechos delictivos. Antes, no obstante, es preciso examinar por qué la ciudad es vulnerable y fácil de anarquizar. 1. Bogotá es una megalópolis extremadamente desigual, en donde conviven la miseria indigna y la opulencia pornográfica. Cientos de miles de personas sobreviven con menos de un dólar al día, hacinadas en la periferia en una especie de segregación territorial. Léase ciudad Bolívar, Kennedy, San Cristóbal, Usme, Engativá y Suba. 2. Sus problemas de movilidad hacen que baste con bloquear unas cuantas vías para paralizarla: la 26, la 72, la 30 y la 68; súmele la Primero de mayo y la Autopista Sur, y lo demás viene por añadidura: la ciudad colapsa. Es sencillo bloquearla y sembrar el caos. 3. Bogotá padece un estrés social crónico que la predispone a la violencia espontánea. La mayoría de su gente es neurótica, desconfiada e intolerante. No es sino observar cómo se conduce. Una actitud que se acentúa en las personas de más alto ingreso. Hay que ver a algunas señoras en sus camionetas cuatro por cuatro. Su agresividad y vulgaridad son vergonzosas.

Los anteriores factores hacen de la ciudad presa fácil. Basta el menor exceso de fuerza de la Policía (que es, lastimosamente, la perdedora de esta jornada) para que haya violencia viral. Pareciera que a Bogotá le faltaran tubos de escape que dieran salida a la furia contenida que anida en la mayoría de sus habitantes. Es algo casi histórico. El famoso ‘bogotazo’ vivido tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán nos recuerda que se trata de una vieja enfermedad. La ciudad enloquece, pierde los estribos y es capaz de las peores cosas. Y éramos la Atenas suramericana.
Lo trágico es que la Alcaldía Mayor no disponga de un sistema de inteligencia que le permita identificar y llevar ante la justicia a los instigadores profesionales. El alcalde Petro habló de “violencia pagada” que buscaba beneficiar a capos barriales con oscuras intenciones, originadas en sectores ajenos a la protesta campesina. Esto significa que las redes mafiosas capitalinas pueden poner la ciudad patas arribas y que las autoridades distritales y policiales poco y nada pueden hacer. El expediente de responsabilizar a las guerrillas está muy desgastado y es insuficiente. Éstas no tienen la influencia urbana que tenían hace una década. La red urbana Antonio Nariño está prácticamente desarticulada. No estamos igual que el 7 de agosto de 2002. No. Y si estoy equivocado con esta afirmación querría decir entonces que los largos años de seguridad democrática se perdieron de forma impune. Los perfiles de la violencia del jueves son diferentes.

Se requiere de una auténtica revolución en seguridad y convivencia ciudadana de la capital. Urge mayor articulación y cooperación entre las autoridades distritales y nacionales, civiles, policiales y militares, principalmente en intercambio de información y estrategias de prevención, para golpear el crimen organizado y anticiparse a los estallidos de furia callejera que en nada favorecen la protesta legítima, que es un derecho. Este es el principal desafío que puede tener el actual secretario de gobierno, Guillermo Jaramillo. Cómo disminuir la vulnerabilidad bogotana. Al menos es lo que sugiere un análisis sobre los acontecimientos similares durante la última década.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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