Cinco errores de las FARC

Primero dos precisiones: soy partidario de terminar el conflicto mediante una negociación con la guerrilla. Reconozco la naturaleza política del mismo y por consiguiente la de ésta.

Pero lo anterior no puede conducirnos a comprar la autopercepción de las FARC, entre otras razones porque significaría dilatar el conflicto y darle argumentos a quienes con perversidad quieren que se mantenga la confrontación.

He leído el informe de las FARC sobre el estado de las “conversaciones” de paz, y debo confesar que me genera más incertidumbre y pesimismo que certezas y esperanzas. En su discurso subyacen las siguientes convicciones: 1. La negociación es entre dos partes iguales; 2. En el actual conflicto no hay vencedores ni vencidos. 3. Las FARC se sienten la vanguardia popular. 4. No aspiran a negociar su inserción en el Estado, sino a la refundación del mismo. 5. La negociación es entre dos visiones programáticas, una neoliberal representada por el Estado, y otra, la suya, sin calificar, pero que según ellos “enarbola la reivindicación de las mayorías”. Las cinco premisas son falsas. Y es de allí de donde surgen los principales obstáculos (no los únicos) para la paz. La pregunta es qué tanto puede ser modificada esta percepción, porque si no, me temo que la paz está más lejos que cerca. Estaríamos gestando una nueva frustración.

Por razones de espacio sólo me referiré explícitamente a tres. La negociación no es entre partes iguales. Por el contrario, las dos son altamente asimétricas. Para comenzar, las FARC son sólo una guerrilla, no el pueblo en armas. Hay conflicto, pero no guerra civil. Es un error pensar que las partes son iguales. Imagínense que esta apreciación hubiera acompañado a los alemanes orientales, la reunificación jamás hubiera sido posible. Las máculas del estado (que son muchas) no pueden ser argumentos de legitimación de las guerrillas. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Y no es a éstas a quien tiene que responder el Estado por sus imperfecciones sino a los ciudadanos que dan fundamento a su legitimidad. Es equivocado pensar lo contrario. La segunda premisa es sólo una verdad a medias. Que las FARC prosigan con sus acciones militares no quiere decir que no estén militarmente derrotadas. Bastaría interrogarse: ¿tienen alguna posibilidad, aunque sea mínima, de tomarse el poder por las armas?

Las FARC están jugando una hábil partida política; creo que tienen vocación de paz y también que la sociedad y el estado deben ser generosos; pero ellas deberían ser más realistas. La Corte Constitucional, en la sentencia c-579 de 2013, ha fijado los límites de la justicia transicional, que es fundamental para superar el conflicto y permitir la integración de las FARC a la institucionalidad política y la reincorporación social de sus combatientes. Esa sentencia constituye una política de estado, y si no están dispuestas a aceptarla deberían decirlo. El Gobierno por su parte, haría bien en preguntárselo. De lo contrario, las “conversaciones” de paz pueden perder legitimidad social.

Las protestas sociales que registra el país no son debido a las guerrillas, sino a pesar de ellas. Pensar lo contrario es otro error de apreciación. Su participación en el paro agrario, por ejemplo, fue sólo instrumental, está lejos de ser una especie de ‘intifada’ al estilo palestino o una ‘kale borroka’ como el País Vasco. No hay que equivocarse. Es malo estimular en la guerrilla su falsa autopercepción, como lo hizo Pastrana en 1999. La paz es un bien superior que no puede depender ni de las urgencias electorales del Gobierno ni de las necesidades de reivindicación histórica de las FARC. No. La mesa de La Habana está para terminar el conflicto y acordar su inserción en la institucionalidad. Para pactar un precio razonable a sus fusiles y que puedan hacer política con garantías. Después, se podrá discutir todo, incluso en una Constituyente.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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