Muerte en Lampedusa

Resulta inadmisible la pasividad mundial, y en especial de la Unión Europea, frente a la tragedia que se vive en el Mediterráneo italiano. La muerte de más de 300 personas tratando de alcanzar las costas de la Isla de Lampedusa no parece ser suficiente para suscitar siquiera una reflexión.

Es una auténtica vergüenza, y habla mal, muy mal de Europa toda, no sólo de los gobernantes sino también de sus organizaciones no gubernamentales y de los mismos medios de comunicación, que podrían intentar sacudir la conciencia europea a partir no sólo de mostrar las imágenes terribles sino de cuestionar la indiferencia y la pasividad frente a esta crisis humanitaria.
            
Lampedusa es la isla más grande del archipiélago italiano de Pelagias, está a 205 kilómetros de Sicilia y a 113 de Túnez. La crisis de la inmigración irregular se ha aumentado a raíz de la ‘Primavera árabe’, cientos de argelinos, tunecinos, libios y egipcios  intentan huir de sus países para llegar a la Unión Europea vía Lampedusa. De los más de 500 pasajeros que transportaba el barco que salió el 3 de octubre de Libia solo se salvaron 155. La mayoría provenía de Eritrea y Somalia. Ese mismo día, otra embarcación llegó también a Lampedusa con 463 sirios y otra más a Siracusa, en Sicilia.

Europa es la referencia más próxima que tienen los norafricanos y los árabes de una vida ideal. Durante la década pasada, la inmigración fue predominantemente económica, pero ahora lo es también por razones políticas. De allí la llegada de centenares de refugiados kurdos, libios, iraquíes y sirios, que tratan de huir de las guerras. Europa sabe mejor que nadie lo que es la guerra y el hambre, y por esta razón debería tener una sensibilidad especial frente a dramas humanos como los que está presenciando. Pero no. No es así, por desgracia. Está dedicada a construirse una fortaleza sin importarle mucho qué pasa allende sus fronteras, lo único que parece importarle es que nadie entre a perturbarles. Se calcula que en el último cuarto de siglo se han ahogado unas 25.000 personas en el Mediterráneo intentando llegar a las costas italianas, españolas, francesas, griegas o maltesas. En la década pasada fue España a quien le correspondió presenciar esta tragedia, este país se vendía al mundo como el nuevo paraíso y cientos de miles intentaban llegar hasta sus costas.

Esta crisis cuestiona esta época por la paradoja y la contradicción que entraña. Se habla mucho de globalización y de libre comercio. Pero la globalización es sólo para las mercancías y los capitales, no para las personas, ni siquiera por razones humanitarias. La tendencia de este tiempo parecería ser globalizar la economía pero mantener nacionalizada la política. Es ésta la principal razón por la cual las mafias de todo tipo han encontrado en este tiempo el más pletórico de los paraísos. El crimen organizado entiende mucho mejor que los políticos las lógicas y dinámicas de la globalización, y se lucra de ella, gracias a que la política continúa encallada en el estrecho y limitado marco de los estados-nación. Y todo parece indicar que así seguirá por mucho tiempo, gracias a que tres de las grandes potencias mundiales (EEUU, China y Rusia) no están por la labor de superar el concepto del estado nacional. La única esperanza en este campo ha sido la Unión Europea, que ha logrado aglutinar 28 países y que garantiza libertad de movilidad a los 500 millones de personas que la pueblan.

La UE podría elevar el tono político y moral de este debate. No sé si lo entiendan en Bruselas. A juzgar por los hechos, uno diría que no. Que en Lampedusa mueren no sólo personas, sino también ideas y valores. Si Europa se mirara en un espejo, seguro que no se reconocería.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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