100 líderes para la paz

Guillermo Pérez Flórez

Tengo la percepción de que el país, o al menos un sector importante de él, aún no es consciente de lo que se está jugando. Es lógico que tras sesenta o más años de violencias (en plural), la psiquis colectiva esté gravemente afectada. La indolencia, la indiferencia, el odio, el resentimiento, la ira y la desconfianza atraviesan el alma nacional, de arriba a abajo. Se van a necesitar muchos años de trabajo restaurativo para cicatrizar heridas y superar traumas.

El presidente Juan Manuel Santos ha acertado al intentar cambiar esta situación, tratar de remover la piedra angular de esta crisis: el conflicto armado con las guerrillas. Santos habría podido seguir haciendo lo mismo que hizo como ministro de la Defensa y los primeros años como presidente, buscar la solución militar, pero decidió cambiar el rumbo y lo hizo bien. A pesar de que es una tarea titánica y compleja. Luego de una década de plomo, satanización y deshumanización de las guerrillas, a las que ellas mismas han contribuido, es difícil entender por qué negociar. Adicionalmente, durante diez años se nos dijo que no había conflicto, y ahora resulta no solo que sí sino que es uno de los más antiguos y devastadores del mundo.

Para colmo de males, algunos líderes políticos y un activo aparato de propaganda de fuerzas tribales y reaccionarias se han encargado de sembrar la confusión y el miedo. Según ellos, Santos es un infiltrado del comunismo internacional, en el cual militan Barack Obama y el papa Francisco, un títere de Fidel y Raúl Castro, cabezas de la vertiente latinoamericana llamada castro-chavismo. Estas fuerzas se han aprovechado de la incapacidad del Gobierno para explicarles a los ciudadanos el proceso de La Habana.

Ahora bien, a decir verdad, esa pedagogía deberían hacerla todos los líderes con responsabilidades con el país. La paz no es un regalo de las elites. Esta tarea debe hacerse en el barrio, en la vereda, en las familias, en los sindicatos, en las escuelas, en las iglesias, en los colegios y universidades. Se requieren más voces como las de Ariel Armel, inspirador de la Cátedra para la Paz.

Tenemos que aprender a resolver nuestras discrepancias sin apelar a la violencia. En el Tolima, la tierra en donde nació el conflicto, habría que conformar una coalición para la paz, una alianza ciudadana que haga esa pedagogía. Una cruzada para desarmar los espíritus y buscar la reconciliación. Para eso hay que deponer las diferencias de color político, social o religioso. Confiero especial importancia al empresariado. Particularmente a los medianos y pequeños, que día a día enfrentan y pagan los costos de una sociedad con graves problemas de seguridad, desempleo, marginalidad social y atraso.

¿Es posible conformar en el Tolima un movimiento ciudadano de siquiera 100 líderes para la paz? Hay que abandonar el inmovilismo social y esa equivocada sentencia de ser los primeros en ir a la guerra y los últimos en llegar a la paz. En suma: renunciar a la religión de la guerra, hacer penitencia cívica y promover una cultura de paz.

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