Un nuevo tiempo

Guillermo Pérez Flórez

Colombia necesidad liberarse de su pasado. De ese pasado de violencia, odio, exclusiones y engaños. Superar la violencia política es lo primero. De allí la importancia del proceso que se lleva a cabo en La Habana. El conflicto armado ha tenido un efecto pedagógico negativo, ha ensañado que los desacuerdos se resuelven por la fuerza. Esto tiene su correlato en la escuela, con máximas como: la letra con sangre, entra; o el mico aprende a bailar dándole palo.

Hoy, el más mínimo desacuerdo social o familiar puede terminar en tragedia. Hay violencia en la calle, en la escuela, en los hogares, en la fábrica, en el barrio, en la vereda. Del total de homicidios que se cometen en el país un 3.5% es producto del conflicto armado entre Estado y guerrillas. Desactivar esa subcultura de violencia tomará años, dos o tres generaciones.

Pero la violencia, desde luego, no es el único desafío pendiente. Aprender a discutir, a vivir en desacuerdo, sin que ello se traduzca en odio o enemistad, hace parte del listado de pendientes. No es eliminar los conflictos, que son consustanciales a la naturaleza humana, sino elevar su calidad. Tramitarlos de manera diferente. Crear una nueva cultura. El padre de familia, el profesor, el patrono, el funcionario, ni siquiera el jefe militar o policial pueden imponer hoy decisiones. Éstas tienen que gozar de legitimidad, de razón. La sociedad patriarcal está quedando atrás, y naciendo un nuevo tipo de organización social basada en el diálogo, la tolerancia y la construcción de acuerdos. En síntesis: una sociedad democrática.

Pero esto requiere un cambio sustancial en lo político. La vida pública es una extensión de la familia y la escuela. Esta semana, Barack Obama y Raúl Castro en Cuba dieron una lección al mundo: sí es posible entenderse a pesar de pensar diferente. Esto es civilización. Creen en ideologías diferentes pero pueden hablar y llegar a acuerdos. Algo similar ocurrió con el encuentro entre John Kerry y el secretariado de las Farc. Quienes asimilan orden con imposición y fuerza no entienden lo que está pasando, ven fantasmas y conspiraciones y añoran el caduco orden patriarcal autoritario. De allí la importancia de renunciar a las armas. El cambio político-cultural es necesario, además, para superar la crisis de confianza existente. Los ciudadanos tienen que volver a creer en sus instituciones. En la policía, en los fiscales y jueces, en los congresistas, en los diputados y concejales, en los organismos de control, en los militares.

Hay que oxigenar la política. Sacarla de ese arcaico y corrupto estadio de relacionamiento clientelar, y llenarla de contenido programático. Es la vía para superar ese estancamiento pantanoso, en donde todo se pudre. ¿Quiénes pueden liderar este cambio? No lo tengo claro. Pero es urgente y necesario. Hace seis años, para las elecciones presidenciales, una ola de esperanza de tonalidades verdes se frustró por la incapacidad de sus líderes (Mockus, Garzón y Peñalosa) para conducirla e interpretarla. Se demanda un nuevo tiempo…y líderes que estén a la altura. Hay que ir mirando. Sin prisa… pero sin pausa.

Comentarios