El proceso de paz con el ELN

Guillermo Pérez Flórez

Establecer una mesa de conversación con el ELN es una acción arriesgada pero valerosa del presidente Santos, pues las posibilidades de éxito son pequeñas y las de fracaso muy grandes. Abrir un nuevo frente de tensión política sin haber cerrado las conversaciones de La Habana, es casi suicida. La oposición uribista será despiadada y al menor incidente que se presente se le tirará a la yugular, como hizo con el episodio de Conejo en La Guajira.

Téngase en cuenta que a pesar del cese al fuego unilateral de las Farc, el Centro Democrático, el Procurador y un oscuro aparato de propaganda reaccionaria han logrado crear un clima casi adverso al proceso de paz. Con más razón lo harán si el ELN ejecuta atentados, emboscadas, secuestros y extorsiones. Dialogar en medio del conflicto entraña riesgos, incluso podría afectar las negociaciones de La Habana, pues el ciudadano del común no diferencia entre unos y otros. Las acciones del ELN se las pueden cobrar a las Farc. Entre las dos guerrillas hay puntos de vista, aspiraciones y prioridades diferentes.

De otro lado, el esquema de negociación planteado con los ‘elenos’ podría potenciar la conflictividad social, toda vez que pone en el centro de la agenda la búsqueda de transformaciones para una Colombia con equidad, basada en la deliberación de la sociedad, más que en terminar el conflicto. El país tiene un acumulado de demandas sociales insatisfechas, contenidas a base de clientelismo, asistencialismo y violencia. Es ‘normal’ que desaparezcan y asesinen líderes populares, y que se reprima y criminalice la protesta social. Las conversaciones podrían crear condiciones para que se ventilen e incrementen las demandas sociales en los territorios y que sean capitalizadas por la oposición (tanto de izquierda como de derecha), para demoler al Gobierno.

Santos ha decidido torear varios toros de casta al mismo tiempo: el uribismo, las Farc, el ELN y al clan de los Úsuga, en un momento de ‘vacas flacas’, con aumento del desempleo, posibilidades de racionamiento eléctrico e incertidumbre económica. Cualquiera de ellos lo puede cornear. Adicionalmente, en la tribuna hay un público que se mueve entre la indiferencia y la desinformación, intoxicado por intereses políticos, sin mucha idea de lo que está pasando. Para completar, el gabinete ministerial tiene muchas falencias y las carencias institucionales inmensas. Crisis en la policía, en la justicia, en bienestar familiar, casos de corrupción, aumento de la delincuencia, etc.

Respaldar al presidente Santos (sin que signifique un cheque en blanco), es lo más cuerdo y conveniente. Debilitarlo políticamente es una equivocación de cara las negociaciones de paz. La opinión pública debe ejercer una presión positiva sobre el ELN, apoyando la negociación pero exigiéndole que contribuya a crear una atmósfera favorable a ésta, cesando unilateralmente el fuego y las hostilidades. El país escucharía de mejor grado sus planteamientos si estos se hacen sin el lastre de la guerra. Hay que creer en la política. Haría bien en escuchar voces como las de Carlos Arturo Velandia y León Valencia, antiguos compañeros suyos. El momento exige cordura, sensatez e inteligencia.

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