Testamento apócrifo del coronel Aureliano Buendía

Guillermo Pérez Flórez

Les dejo Macondo, perdido en un remolino de polvo, odio y sed de venganza, para que lo perpetúen y confirmen que pertenecemos a esas estirpes sin segundas oportunidades. Les dejo mi frustración. Hice 32 guerras y las perdí todas. También un centenar de espejos, para que se miren los ojos y van los abismos de soledad y rencor que tienen en el alma.

Les dejo los pergaminos marchitos que nunca logré descifrar. Mis pescaditos de oro, para que los derritan y los vuelvan a hacer, e intenten dar sentido a sus vidas. Les dejo mi jubilación impagada por una burocracia inútil, costosa y haragana. Les dejo el amarillo, que es el color de la mierda y el oro, y de las mariposas que revolotearán sobre mi tumba, como lo hicieron con Mauricio Babilonia hasta su muerte. Les dejo los mares perdidos, los ríos contaminados y las selvas devastadas.

Les dejo los rieles oxidados de un ferrocarril. Los trapos azules y rojos con que se visten las dinastías de esta Colombia parroquial. Les dejo a Rebeca y su bolsa con los huesos de sus padres, para que les recuerde que cada quien arrastra sus propios muertos. Les dejo a Amaranta, tejiendo la mortaja con que habrán de sepultarles. Les dejo la lluvia, en especial la de sangre. Los niños en las calles y la indiferencia en las casas. El cólera, los amores frustrados, las muertes anunciadas y las abuelas desalmadas. Los secuestrados y los secuestradores. Los desaparecidos y los asesinos. Les dejo a los sicarios y a los banqueros. Los militares y los paramilitares. A los corruptos y a los corruptores, a los procuradores y a los procurados. Les dejo los falsos positivos, el cartel de los sapos, las tetas y los paraísos fiscales. A los evasores y a los evadidos. Les dejo las guerras, la de los mil y la de los quince mil días. Las propias y las ajenas. A los ladrones y a los policías. Les dejo la pesadumbre y la añoranza. Les dejo poco amor pero muchos demonios. Muchos otoños y a ningún patriarca. Les dejo un burdel feliz lleno de putas tristes.

Les dejo a Remedios, tan inocente, lúcida y bella como el primer día, con sus feromonas que hechizan y a sus hombres hechizados. Les dejo a Aureliano, y su cola cerdo y un millar de hormigas coloradas. Espero volver, igual que Melquiades, porque no creo que soporte la eterna soledad de la muerte, antes de cien años, cuando los santos estén todos muertos y hayan sido ya santificados. Les dejo la arrogancia, la incompetencia y la mediocridad. Les dejo al alcalde, al cura y al sacristán. A Mr. Herbert y a Mr. Brown, para que los acompañen y los jodan siempre. Todo eso les dejo, no me llevo nada.

Posdata: el anterior texto fue encontrado en un papel amarillento en Cartagena de Indias, a pocos metros del hotel Santa Clara, y se publica a los dos años de la muerte del premio Nobel Gabriel García Márquez.

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