Una discusión pendiente

Guillermo Pérez Flórez

En el pasado debate presidencial hubo un asunto que se quedó sin discutir y que, en mi sentir, es fundamental pues está asociado a problemas nacionales: la gobernanza territorial. Es el común denominador que uno encuentran en la amplia constelación de fenómenos sociales que van desde la criminalidad, hasta el atraso y la pobreza.

Asuntos como el contrabando, el narcotráfico y los grupos irregulares armados, encuentran en la falta de gobernanza territorial las condiciones óptimas para desarrollarse. Históricamente, a Colombia siempre le ha quedado grande administrar su territorio, por ello se ha dicho que tenemos más territorio que nación o, en otras palabras, que poseemos más geografía que historia. El país es una “finca” grande indebidamente explotada y desarrollada. Algunas zonas han alcanzado niveles de vida casi del llamado “primer mundo”, pero otras permanecen en la pobreza y el atraso, y hacen parte no del tercero sino del “cuarto mundo”. Para ilustrar lo que digo, basta pensar en las diferencias que existen entre Antioquia y Chocó, o entre Cundinamarca y La Guajira.

Pese a la importancia estratégica de este asunto los candidatos presidenciales pasaron de puntillas sobre él. Nada dijeron. Nada se propuso, nada se discutió. El ordenamiento y la autonomía territorial es una cuestión pendiente, que debe darse lo más pronto posible. Colombia no puede seguir jugando a la “alternancia política” entre dos “califatos”: el de Bogotá y el de Medellín. Cuatro u ocho años gobierna uno, y cuatro u ocho años gobierna el otro, ¿y el resto del país? ¡Mamola! Hemos tenido un centralismo bipolar excluyente y discriminatorio con el resto de territorios, los cuales tienen que resignarse a ser vasallos de estos dos polos. Es un modelo costoso y explosivo que se refleja incluso en el crecimiento desordenado y caótico de dichos centros, y en el olvido y la soledad que tiene que soportar el resto del país.

Siempre se ha dicho que somos un país de regiones, y eso es verdad, al menos geográfica y socialmente, pero a la hora del Gobierno, a la hora de repartir el presupuesto, a la hora de hacer desarrollo incluyente, no. Esto tiene que cambiar. La historia del último siglo en Colombia es la crónica de un fracaso de gestión territorial. A pesar de ello, aún subsisten voces que insisten en perpetuar el esquema centralista, por eso me resultó curioso, por decir lo menos, que nada se haya hablado de este asunto durante la campaña presidencial. Estamos cumpliendo 30 años de la elección popular de alcaldes y deberíamos reflexionar sobre democracia local, y sobre el ordenamiento y el desarrollo territoriales. Debemos interrogarnos sobre si necesitamos o no, sobre si es conveniente o no, fortalecer el nivel intermedio de la administración y si son suficientes las actuales competencias y recursos que tienen los departamentos para proveer bienes y servicios públicos. ¿Deben fortalecerse o no las asambleas departamentales, convertidas hoy en organismos políticamente castrados y casi sin funciones? Estamos en mora de que se abra este debate, y que participe en él todo el país, para que, entre todos, construyamos un modelo territorial acorde a la realidad geográfica, social y cultural del país.

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