El Belisario que yo conocí

Guillermo Pérez Flórez

Solo lo vi en cuatro oportunidades. Pero siempre lo sentí como a un viejo amigo, de esos con los que se tienen complicidades. La culpa, por supuesto, era suya, fruto de su carisma desbordante, lírico y mágico, sin acartonamientos.

La primera vez que pude saludarle personalmente fue en mi Mariquita natal, en una visita que hizo como Presidente para inaugurar la Casa de la Segunda Expedición Botánica, que él propuso adelantar desde el momento en que tomó posesión del cargo, el 7 de agosto de 1982. Belisario tenía devoción por la democracia local, no en vano a él se le debe la elección popular de alcaldes, por ello incluyó dentro de su agenda recibir a un grupo de concejales que tuvimos a bien exponerle los terribles problemas del acueducto. Como era apenas natural le entregamos como presente una canastilla de frutas, y él, agradecido, tomó una mandarina para comérsela, la cual quiso lavar para lo cual se levantó de la silla hasta el lavamanos. Estábamos en el Centro Recreacional del Ejército, unas instalaciones casi nuevas en esa época. Entonces, sucedió algo macondiano. El Presidente abrió el grifo y en lugar de agua, salió solo un chisguete de barro y aire.

Volví a verlo en 1985 tras la tragedia de Armero, en el Club Campestre de Ibagué durante una reunión para anunciar las medidas gubernamentales con ocasión de la catástrofe. Se le notaba agobiado. Armero y el Palacio de Justicia le atormentaban. La tercera oportunidad, fue en un vuelo Madrid- Bogotá, en 2010, en algún momento se levantó de su silla con alguna dificultad, al pasar junto a mí le dije: - Presidente, un gusto saludarlo, ¿cómo se encuentra? - Con mirada pícara me contestó: “Muchas gracias, ya lo ve usted”. El peso de los años ya era excesivo. La última vez fue este año en la Academia Colombiana de Jurisprudencia, para descubrir un óleo suyo que reposaba allí desde hacía años. Quizás le sedujo, enormemente, que el vicepresidente de ésta, Augusto Trujillo, al llamarlo para coordinar la cita le dijera: “Presidente, la pintura está que habla”. Entonces fue. Es posible que quisiera oírse. Casi lo expresó así en un discurso desbordante de colorido, humor y erudición. Luego vinieron las fotografías junto a él y su óleo, pasé para hacerme una y quizás tardé a su lado un poco más de lo debido porque de repente sentí que él me tocaba con suavidad la espalda, como recordándome paternalmente que debía dar paso a otros. Nos cruzamos una sonrisa cómplice.

Se nos fue Belisario, quien quiso ahorrarnos muertos, lisiados y viudas, intentando la paz. Por no escucharlo perdimos treinta y seis años. Ojalá haya dejado un testimonio inédito sobre los dramáticos episodios del Palacio de Justicia. Su gestión pública será objeto de la historia, pero el veredicto popular nos dice que fue un humanista, una persona sencilla amante de la cultura, el arte y la poesía, que creía en la reconciliación. Que su voz y su legado intelectual nos guíen. Paz en su tumba.

@jiramirezsuarez

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