La paz a la deriva

Guillermo Pérez Flórez

La carta de 79 legisladores demócratas al secretario de Estado Mike Pompeo, en la cual piden al gobierno de EE.UU. apoyar de manera decidida la paz en Colombia, es probablemente el mayor respaldo político que haya tenido el proceso en los últimos tiempos. Y llega en un momento crucial, precisamente cuando parecería hacer agua por la muerte de casi 500 líderes sociales, el caso Santrich, el acorralamiento a la JEP y las declaraciones de Iván Márquez afirmando que había sido un error entregar las armas antes de que se consolidara la paz.

Coincide la carta de los legisladores con un editorial de The New York Times diciendo que la paz de Colombia es demasiado valiosa como para abandonarla, y que permitirlo “sería un desastre para el país, para la región y para la causa de la democracia”. El editorial es muy crítico del Gobierno colombiano, y hace afirmaciones categóricas sobre la responsabilidad que a éste le cabe en la crisis de la implementación, al tiempo que defiende la justicia especial para la paz. Critica también al presidente Trump, porque desde 2017 ha amenazado con quitarle la certificación a Colombia con la que se establece la ayuda financiera estadounidense debido al aumento en la producción cocalera. E igualmente, porque durante dos años seguidos ha propuesto “reducciones importantes en la asistencia financiera a Colombia, las cuales fueron rechazadas por el Congreso”. Más claro, el agua.

Lo curioso, y doloroso, es que pareciera que el tema de la paz importa más en el exterior que en Colombia. Ya deberíamos haber cerrado este asunto, estar implementando lo acordado y hablando de otros temas relacionados con los problemas cotidianos de la gente. Ocuparnos del dramático atraso vial que tenemos, especialmente en vías terciarias, y que nos mantiene casi en el siglo XIX. Ocuparnos de los problemas que acosan a nuestros campesinos, entre ellos a los cafeteros, del cambio climático o de la calidad del aire que se respira en las ciudades, de la corrupción, que es la principal preocupación de los colombianos, como lo demostró la copiosa votación de la famosa consulta anticorrupción, y que los partidos políticos y el Gobierno se comprometieron a implementar, pero nada. Hay quienes insisten en mantenernos en el pasado. El Congreso dedicó varios meses a debatir sobre las objeciones presidenciales a la JEP y apenas unas horas al Plan Nacional de Desarrollo. No hay derecho.

El mundo nos está dando ejemplo, al tomar interés por la suerte del proceso de paz. Hay que honrar los acuerdos e implementarlos. Se puso conejo a la circunscripción electoral de paz, y nos quedamos callados; asesinan cerca de un centenar de desmovilizados, y nos quedamos callados; se acorrala y demoniza a la JEP, y nos quedamos callados; el punto 1, que establece la reforma rural integral, está congelado, y seguimos callados. Por razones éticas y morales deberíamos todos elevar nuestras voces e impedir que la paz siga a la deriva. Hay que defender lo alcanzado, y sin reservas, y avanzar sin temerle al futuro.

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