El desafío electoral

Guillermo Pérez Flórez

Las elecciones regionales y locales a las que hoy asistimos, escenifican la lucha entre dos países: uno viejo que se resiste a morir, y uno nuevo que tiene miedo de nacer. En el viejo predominan un estilo y unas lógicas personalistas y mercantilistas, una visión transaccional de la política, pues la reduce a un intercambio de favores conforme a los intereses personales o empresariales, en donde lo único que importa es el poder por el poder, por lo que este puede dispensar.

En ese viejo país las ideas del bien común, del desarrollo sostenible o de la dignificación de la vida humana son secundarias. Precisamente por esto la política se ha vaciado de contenido y los partidos han perdido significado y significancia. Da lo mismo ser rojo, azul, verde, morado o amarillo, la mayoría son clanes que recurren a una estética y a una gramática para tratar de diferenciarse, pero cuya praxis termina siendo más o menos idéntica, al final del día lo que buscan es el usufructo del poder y no el bienestar de las personas ni el progreso colectivo. Esos partidos, antiguos, viejos y nuevos, son hoy solo fábricas de avales, estructuras que reproducen la corrupción y dinamizan las redes clientelares, que han secuestrado la política, un deber y un derecho ciudadano.

El desafío que enfrentan los ciudadanos hoy es complejo, escoger lo mejor o lo menos malo. Entre toda esa vorágine electoral existe gente buena y bien intencionada que conforman ese nuevo país inorgánico al que no han dejado terminar de nacer, pero que aún así da batallas, muchas veces silenciosas, como lo demostrara en la consulta anticorrupción, que obtuvo 12 millones de votos sin necesidad de ese carnaval de compra de votos ni del tsunami de propaganda que hemos presenciado en esta campaña, en la cual hay candidatos con más vallas y pasacalles que ideas.

Ese nuevo país intenta expresarse de diversas formas, tal es el caso de Bogotá, en donde las encuestas las lidera un candidato inscrito por firmas y sin ningún aval partidista, Carlos Fernando Galán. O el de Cartagena, una de las ciudades más golpeadas por la corrupción y el clientelismo, allí el voto en blanco busca sentar un precedente condenatorio a una clase política cleptómana que ha saqueado el fisco.

El voto en blanco juega con desventaja, pues se le exige que para ganar obtenga el 50% más 1 de los votos válidos, lo que no se le exige a ningún candidato, pese a esto, en todo el país muestra una tendencia creciente. En medio de todas las talanqueras y limitaciones, ese nuevo país del que hablo, apenas balbuciente, se está abriendo paso, y confío en que dé claras señales de vida en estas elecciones. Se necesita un renacimiento de la esperanza, antes de que lleguemos a situaciones límite como las que hoy viven Venezuela o Chile, el niño de ojos azules de América Latina, la prueba reina del fracaso neoliberal, del que ya hablaremos. La historia se escribe todos los días, no nos quedemos en casa. ¡Arriba los corazones!

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