Oda a los jóvenes

Guillermo Pérez Flórez

Si alguien me preguntara cuál es personaje político del año, no dudaría en responderle que los muchachos y muchachas que se han echado a las calles a reclamar al país político el cumplimiento de la promesa del 91. Ellos encarnan un sujeto plural que es la esperanza del país, aunque haya quienes maliciosamente insistan calificarlos de vándalos y en adjudicarles fenómenos económicos de naturaleza externa, como el aumento del valor del dólar.

La promesa del 91 no es otra cosa que el Estado social de derecho y la economía social de mercado. Si alguna causa existe de lo que está sucediendo es esa, el incumplimiento de dicha promesa. Los jóvenes que están en las calles son hijos del 91, y hoy, cuando solo ven nubarrones en el horizonte, han decidido salir a reclamar el cumplimiento. Sus reclamos son justos, aunque en algunos casos resulten difusos e inclusive inadecuadamente verbalizados. De allí que según encuesta del Centro Nacional de Consultoría CNC, el 55% de los ciudadanos tenga una imagen positiva de las movilizaciones y vea en ellas la esperanza de un país mejor.

Los jóvenes son la voz que ha venido a despertar nuestras conciencias. Nos están haciendo ver que, como el cuento de Anderson, el emperador está desnudo. Fabio Echeverry, en los años 80 acuñó una frase: “La economía va bien, pero el país va mal”. La economía colombiana crece al 3.2%, es la excepción latinoamericana, no dicen. Durante los primeros ocho meses del año, el sector financiero ganó 65 billones de pesos. ¿Y qué? Miles de jóvenes tiene que marcharse al extranjero porque no consiguen empleo o no pueden continuar sus estudios, o porque la oferta laboral se reduce a lo que llaman “empleo basura”. Veo en las calles a decenas de chicos como repartidores en bicicleta, a otros tratando de ganarse la vida como conductores de taxi o de Uber, muchos con estudios superiores y de posgrado, y me pregunto: ¿Es esto lo que les ofrecemos? El actual modelo económico no está redistribuyendo la riqueza, ¡la está concentrando! ¿Por qué protestan? se preguntan con sospechosa ingenuidad o perverso cinismo algunos. Si no hay pan, comed tortas, les aconsejaba María Antonieta a los parisinos de 1789. Por fortuna, la cosa no llega a niveles de irritabilidad como para una revolución. Aún estamos a tiempo.

Si pudiera dirigirme a los jóvenes solo atinaría a decirles que no se rindan. Que ellos no están para ser políticamente correctos sino para gritar verdades incómodas que la élite gobernante, los “dueños del país” y quienes viven en estados de negación que rayan con lo patológico no quieren escuchar. El establishment se acostumbró al monólogo, a hablar solo consigo mismo y a que nadie puede interpelarlo. ¡Basta ya! Todos podemos y debemos participar. Y les diría también, como en mayo del 68, que por favor sean realistas. ¡Que pidan lo imposible!

Gracias muchachos por sacudirnos, por estremecernos, por recordarnos que aún estamos vivos y que podemos perder todo menos la dignidad, y eso incluye el derecho a ¡indignarse! Sois mejores que nosotros, y haréis muchísimo más que nosotros.

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