Abatiendo estatuas

Polidoro Villa Hernández

En estas insólitas jornadas, cuando la arrogancia del elemento humano pierde altivez y la codicia lentifica su apetito, se palpa la impotencia de los terrícolas para afrontar sucesos inéditos y se tiende a reflexionar, a la brava, para preguntarse si el adquirir conocimientos para abusar del prójimo; acumular bienes y dinero en exceso, ansiar poder para manipular y conspirar; idolatrar el consumismo; ser insensibles a las injusticias que generan pobreza y marginalidad; y cultivar fútiles ansias de figurar y eternizarse, son ‘virtudes’ que heredaremos a hijos y nietos para que vivan en paz. Si ese es el legado, serán aniquilados por conflictos, polución y pestes.

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Por estos días, se ha desatado en el mundo una ola de violencia para rechazar la brutalidad policial y la injusticia racial. Además de contusos y vitrinas rotas, la ira se ha ensañado con las estatuas, efigies secularmente escogidas por las aves para cubrir con escatológica pátina bronces y mármoles de dudosas majestades y supuestas hazañas. Pareciera que quienes protestan, se desquitan con los ‘próceres’, intuyendo que por una mala gestión pasada, alguna culpa tienen en las presentes desdichas.


No serán las últimas estatuas que derriban queriendo borrar con ello incómodas páginas de historia. Ocurrió antes: Los conquistadores destruyeron las imágenes que adoraban los aborígenes americanos e impusieron otras que hoy no inspiran. Mordieron también el polvo estatuas y bustos de Batista, Rafael Leonidas Trujillo, Anastasio Somoza, Hugo Chávez y de otros sátrapas con rangos pomposos: generalísimos, Arquitectos de la Democracia; Adalides del Progreso, Padres de la Patria Nueva, Genios de la Paz, Campeón Invicto del Pueblo, Protector de Todos los Obreros. 


Por cierto: hace tiempo, el turiferario de un político regional –éste más admirado por su verborrea que por su probidad-, planteó en privado la creación de un “Comité Pro-busto”, cuya finalidad era recaudar fondos para que el ególatra ‘líder’ tuviera estatua o busto en pueblos de más de 25.000 habitantes. Quería entronizar el culto a la personalidad de su jefe y justificar su bien remunerada lambonería. ¡Ni “Leonisa” hubiera aportado!


Esta emergencia económica, social y ecológica, sirve para aquietar a quienes sueñan, al menos, con una placa de mármol. Es que en esta coyuntura hasta las placas recetadas de pulmón causan temor: Sin salen malas, son casi un pasaporte al incinerador. Y de nuevas estatuas, ni hablar. Aquí no tenemos un Buda, un Gandhi, o un Mandela, que merezcan ese homenaje.


Y es improbable que superado la emergencia y con una abrumadora deuda pública que deberán asumir las siguientes tres generaciones, alguien proponga erigir una estatua a algún ministro de hacienda. Que se deleiten las palomas con las estatuas actuales, que contemplan indiferentes como los seres humanos han puesto al planeta tierra en cuidados intensivos.

POLIDORO VILLA

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