Una democracia absurda

Rodrigo López Oviedo

Si no se presentan obstáculos, este martes 18 de abril comienza en el Congreso la discusión del proyecto de reforma a la salud.
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Este proyecto es de gran importancia para el país, tanto porque compromete los intereses de la casi totalidad de los colombianos, lo cual es lo de menos para muchos parlamentarios y sus patrocinadores, como también para los grandes capitales, dadas las billonadas que giran en torno a la salud, que hasta el momento están siendo manejadas por tales capitales a través de las EPS, que es lo que sí importa a los mismos parlamentarios.

Dicho de otra forma, este proyecto compromete intereses mayoritarios, los de casi 50 millones de colombianos, cuya atención de tan primordial servicio depende de este sistema, y los del gran capital, que lo convirtió en mercancía para lucrarse de él, sin necesidad de invertirle cinco centavos. Esta contradicción -ciudadanía versus gran capital- es consecuencia de las políticas neoliberales, introducidas por César Gaviria, y explica el que se esté dando tanta controversia sobre tal reforma.

Lo anterior pone en relevancia el hecho de que no se está respetando la voluntad de la ciudadanía, que en cada evento electoral deposita su confianza en 108 senadores y 188 representantes a la Cámara, para finalmente observar que estos señores no serán los que en últimas tomen las decisiones, como parece que ocurrirá en este caso, sobre el cual serán los señores César Gaviria Trujillo -presidente del Partido Liberal y quien formalmente nada tiene que ver con el Congreso-, Dilian Francisca Toro -presidenta del Partido de la U- y Efraín Cepeda -presidente del Partido Conservador- quienes digan la última palabra

Lo anterior es consecuencia de la absurda ley de bancadas, que convirtió a los congresistas en simples apéndices de los partidos, pues en lugar de ellos, los que deciden son estos, así sus dirigentes no hayan contado con la bendición del electorado. ¡Qué vergüenza!

Preguntémonos, entonces: ¿para qué necesitamos de 108 senadores y 188 representantes, si cada jefe de partido es el que decide como han de votar? ¿Por qué, más bien, no hacemos una elección por los partidos? Así sabremos, al igual que en una sociedad anónima, qué grado de influencia política tiene cada uno de ellos, y derivar del resultado la fuerza decisoria de cada uno de ellos en ese nuevo Congreso, que ya no necesitará de dos cámaras, ni de comisiones, ni de plenarias, sino de un simple acuerdo entre sus jefes.

¿Que tal solución es un absurdo? Por supuesto que lo es. Como lo son también unas elecciones costosísimas, afrentosas y demagógicas en las que los elegidos no serán los que decidan.

RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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