No a excesiva institucionalidad

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Como diría el experto en teoría política, Giovanni Sartori, democracia traduce literalmente el poder del pueblo; del griego kratos (poder) y demos (pueblo). Pero pareciera que al Presidente de la república de Colombia, la banca, algunos políticos y grupos con marcados intereses económicos en minerales, petróleo y demás, ello les choca.

O al menos así pudiera interpretarlo cualquiera por el rápido llamado a respetar -como sea- la institucionalidad y las instituciones que hiciera del Presidente cuando miles de bogotanos y de colombianos comenzaron a alzar su voz contra lo que consideraban una decisión injusta de una institución, frente a otra institución y persona; en los hechos en que tienen a Bogotá y sus gentes con los ánimos crispados.

Pareciera que esos grupos de interés, del statu quo nacional, estén interesados más bien en ver, sentir, y aplicar a la democracia una mirada de soslayo, casi peyorativa, como la que Aristóteles, Kant y muchos de los prohombres de la Revolución Francesa, tenían; es decir, nada de poder del pueblo si no, más bien, el poder de las instituciones, de la representación, en la institución misma y no en aquello que permita resolver problemas en el ejercicio del poder.

No. Eso no se puede permitir, porque significaría que es más importante la representación -que en últimas en la institucionalidad-, o sea, la vocería, sobre aquello que es común de beneficio para todos con respeto a los derechos de todos. Por ello, esa invitación pública y mediática de la primera autoridad del Estado colombiano a las cabezas de las otras ramas del poder para que se reúnan en privado, a puerta cerrada, tomándose un tintico, suena más bien a componenda, a arreglos por debajo de la mesa con mucho maquillaje por encima, a no buscar cambios en nada que beneficie a la gente de a pie, porque de pronto se acaba el manantial de poder del cual han engordado.

Si ese pensamiento sobre la democracia fuese el que hubiese calado en Egipto, por ejemplo, allí no se podrían haber gestado el cambio de régimen, o en EE.UU. no se hubiese puesto en evidencia el poder avasallador del sistema financiero sobre cientos de miles de ciudadanos a quienes les descompuso su futuro económico por siempre.

Por eso, resulta muy particular que cuando miles de personas comienzan a entender, a comparar, a expresarse públicamente, a pensar, a no estar de acuerdo con alguna determinación, decisión o medida de una institución pública, el Jefe del Estado y de Gobierno inmediatamente se apresura e pedir casi una reverencia absoluta sobre las instituciones, poniéndolas casi a un santo-sacro nivel que no pueda tocar el basto vulgo.

Aquí no se trata de estar de un lado o de otro, más bien de respetar el despertar de una conciencia ciudadana frente al accionar de las instituciones y de quienes están frente a ellas. De saber que las instituciones no pueden ser rígidas, estáticas, intocables o pétreas; al contrario, que se adapten, muten, respondan al interés y el bienestar de todos o al menos la mayoría de los ciudadanos cuando estos así lo reclaman.

Lo contrario sería asistir a un despotismo institucional, que pareciera ser en lo que ha estado Colombia en sus 200 años de vida republicana. A eso hay que prestarle atención y hacer pedagogía permanente a las nuevas generaciones, para que no caigan en el error en el que caímos las viejas generaciones de colombianos y que hoy nos tiene como estamos.

Credito
NELSON GERMÁN SÁNCHEZ PÉREZ –GERSAN-

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