Comerciar con el dolor

Nelson Germán Sánchez

Mucho se ha dicho hasta el momento de lo sucedido la semana anterior, cuando un video absolutamente de la vida personal y privada de un personaje público nacional, el viceministro del Interior, de apellido Ferro, se hizo público; a propósito de ese personaje, estuvo hace unas semanas por estas tierras reunido con la primera autoridad del Tolima.

El video no aportaba en nada a la discusión pública periodística sobre supuestos hechos de corrupción que involucran a miembros de la Policía nacional, el Congreso y otras instituciones, donde a cambio de favores sexuales se recibían recompensas laborales, económicas o ascensos, lo cual venía denunciando la periodista Vicky Dávila.

Este no es un espacio con respecto a qué pasó sino a aquello que faltó y falló, periodísticamente hablando, en este caso que a todos dejó muchas lecciones. Como diría Tomás Eloy Martínez, tomando una idea de Faulkner, “de un fin justificado por cualquier medio quizá sea válido para un novelista atormentado por su imaginación. Pero en el caso del periodista la ética es exactamente la inversa: ni el mejor de los fines justifica la amoralidad, o inmoralidad de los medios que se empleen. Así como los escritores no piensan en lector alguno cuando crean, los periodistas están obligados todo el tiempo a servir a su audiencia, evitando el escándalo y los golpes de efecto, y respetándola con noticias genuinas e investigaciones serias”.

Y, a mi modo de ver, fue eso lo que realmente colapsó en este caso, eso que para algunos pasó de moda como la ética periodística, el deber ser, la discusión sobre la moral nos saltó a todos a la cara porque se faltó a tal compromiso; en primer lugar a los periodistas y los medios de comunicación y luego a la sociedad colombiana. Porque un análisis moral del hecho de revelar tal video fue lo que faltó, entendida la moral como aquello relativo a las acciones de las personas desde el punto de vista de sus obras, en relación con lo que crean bueno o malo para su vida personal y colectiva, con los deberes que ello implica, que concierne a su fuero interno o humano y no a un orden meramente jurídico, según lo explica la Real Academia de la Lengua Española.

Se faltó a la ética, entendida ésta como ese conjunto de reglas morales que rigen la conducta de la persona, que trata del bien y del fundamento de sus propios valores.

Igualmente, la deontología periodística fue la otra gran lesionada, porque el deber ser de Vicky y de otros fue lo que realmente se pasaron -no por la faja sino por los glúteos- con su actuar. Se pensó en el espectáculo, en el show, en el raiting, en el morbo, el chisme, el tumbar funcionarios, demostrar poder, sin detenerse a pensar en el daño directo que a otros haría ese video que en últimas nada probaba de la supuesta corrupción.

Así mismo, lo que sucedió en este episodio es lo que más sucede en el periodismo: el periodista se casa con su hipótesis, le apuesta todo a lo que cree de tal o cual tema o personaje y, por tanto, debe ser así, tiene que ser así y no hay otra opción distinta a la verdad que ya creó; por eso, hace todo lo necesario, lo fuerza, hace coincidir pruebas y testimonios, para poder hacer que su hipótesis sean las ciertas. Entran en juego su ego personal y profesional, el creerse en sí mismo ser poderoso, parte del poder y no simplemente un servidor del público, con obligaciones morales y sociales transcendentales.

Eso es realmente lo que ocurrió, alguien obnubilado por el poder mediático, queriendo hacer empatar la hipótesis de su investigación periodística, creando como sea un escenario, una atmósfera, un lazo entre variables que se parecen, pero inconexas, para decir que se tenía la razón y se descubrió la verdad que creó y olfateó.

Y eso sin querer decir que no hubiera otras cosas detrás, como sucede en algunas ocasiones tanto en lo nacional como en la parroquia, donde ese tipo de publicaciones se hace para destruir al otro, para volverlo objeto del escarnio público, por odios personales, políticos, chantajearlo, presionarlo por dádivas y contratos, porque si no, para qué publicar sobre la vida privada e íntima de nadie, tratar de enlodar y crear zozobra en su persona. Por eso, creo que la lección quedó clara, la vida privada de las personas es de ellas, sus gustos, preferencias, resabios, pasatiempos, orientaciones, y si éstos no afectan a nadie o son un escalón de un delito o daño a otro ser humano, a nadie le importa.

Ya se sabe entonces que a quien hay que investigar, del que se debe desconfiar, de quien queda clara su naturaleza oscura y putrefacta es aquel periodista, medio o red que trata de hacer público un tema privado y personal.

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