¡Qué vergüenza, Ibagué!

Nelson Germán Sánchez

Es desconsolador y vergonzoso que la capital del Tolima ocupe el primer lugar en trabajo infantil en el país.

De fondo, las estadísticas del Dane dan cuenta de que poco o nada se ha hecho para erradicar ese mal. Según esos guarismos, en el primer trimestre de 2015 y el primero de 2016, ese porcentaje de niños, niñas y jovencitos que deben trabajar para subsistir, ayudar en la casa o comer fue superior al ocho por ciento, frente a la globalidad de la muestra.

Ese informe develó que son infantes desde los cinco añitos y jóvenes hasta 17 años quienes deben salir a buscar el sustento. No se necesita ser un experto o un gran investigador de condiciones demográficas y sociales para darse cuenta de ese drama ibaguereño.

Basta con darse una pequeña vuelta por las plazas de marcado de la ciudad, por las avenidas principales y sobre todo por los barrios, en donde desde bien temprano en la mañana se observa a niños y niñas empujando carretas llenas de víveres, cacharros, periódicos, papel reciclable y chatarra, entre otras cosas.

Menores sin las condiciones mínimas de protección para esa labor, sin los implementos e indumentaria necesaria, pero lo más grave, expuestos al rigor de la calle y los peligros que esta conlleva.

Pese a esa dura realidad, la ciudad y sus dirigentes parecen no haberse dado cuenta del drama o tal vez ya nos acostumbramos al cuadro o al paisaje y nos volvimos indolentes. Que tenga memoria, hasta hoy no se conoce un solo pronunciamiento en profundidad sobre el tema del alcalde Guillermo Alfonso Jaramillo, y eso que se dice que es de izquierda y que tiene el corazón por fuera del pecho de amor a Ibagué y sus gentes.

Nada de anuncios sobre labores en el Plan de Desarrollo enmarcados en esa materia, ni que los proyectos se iniciarán pronto, o la lucha será frontal contra esa problemática; pero mientras sí desperdicia ríos de palabras y tinta explicando porqué quiere sembrar marihuana en cuanto lote baldío del municipio y sus alrededores encuentre.

El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar en el Tolima también está enmudecido, nada de haremos esto o lo otro; está con todas las baterías puestas en jugosos contratos para alimentación, dotaciones y suministros entre otros aspectos, según me comentan.

La Procuraduría tampoco dice ni pio. Y eso que está su delegada para la Niñez y la Familia. Es como si esos niños y jovencitas fueron transparentes, no existieran para nadie. Los concejales parecieran es estar ávidos de qué pueden sacarle a Jaramillo en contratos y cuotas burocráticas, así que allá tampoco el tema es transcendental.

En la Asamblea del Tolima ni se diga, nada de nada. En el Gobierno departamental, aunque no es de su competencia directa, el tema pasó de agache y esta boca no es mía para eso.

Mientras siga ese silencio cómplice con esa vergonzosa actitud impune, y la mirada de “ese problema es del otro y no mío”, nuestros niños y niñas cada día se hundirán más en la pobreza, se alejarán de la posibilidad de ir a estudiar, de capacitarse, de labrarse un futuro, de cualificarse para alguna actividad, y la maraña de la ciudad entre cemento y asfalto se los irá devorando hasta que lleguen a un no retorno, para buscar otras posibilidades y opciones en la vida.

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