La fiesta de la delincuencia

Nelson Germán Sánchez

Ya no son simples percepciones de la ciudadanía frente a la inseguridad, la incertidumbre de estar en las calles o en su propio hogar al vaivén de lo que quieran hacer bandas, grupos, parches o ladrones, es un hecho en Ibagué y Colombia. La delincuencia se le montó al Gobierno, la Policía y el sistema de injusticia colombiano.

No solo es una burla capturar a un ladrón, un hampón de cuello blanco, un político depravado y corrupto, un funcionario que pisotee la Ley por persecución politiquera, porque al parecer los administradores de justicia lo primero en que piensan es en estos personajes, cómo protegerles sus derechos, cómo aplicarles las mayores rebajas en la pena, cómo permitir que se dilaten los tiempos para la preclusión de los delitos. Mientras que para el ciudadano que se defiende, hacen todo lo contrario, aplicar todo el peso de la Ley, ir sin contemplaciones por él si se atreve a defenderse y aplicarla a los delincuentes, así sea golpeándolos, lo cual parece un capítulo bizarro del mundo al revés.

Tal vez por eso, es que la delincuencia hace fiesta en nuestras ciudades e instituciones. Ya no solo se convirtió en parte fundamental de todos los noticieros y espacios informativos una larga sección sobre delincuencia urbana en la noche, la madrugada, si no crearon sus propias secciones con periodistas con remoquetes como ‘el ojo de la noche’, ‘el patrullero’, ‘el vigilante’ y no sé qué más cosas. Lo que hay detrás de ello es ni más ni menos que un desbordamiento de la delincuencia, el microtráfico y las bandas que hacen de las suyas en las narices de todos y a la que nos invitan como si fuera al cine, diariamente, los medios de comunicación.

Lo preocupante es que aún no están en pleno ejercicio de su de libertad los excombatientes de la guerrilla de las Farc, que como dicen los estudios más parcos, en un 20 por ciento transmutarán hacia grupos delincuenciales o hacia otras estructurales criminales, ahondando, cada día más, el problema de inseguridad.

El año pasado se robaron más de 22 mil celulares y cerca de dos mil 300 bicicletas, y se cometieron 52 mil hurtos a personas, 13 motos por día en ciudades colombianos, por ejemplo. La lista es enorme y la reacción del Gobierno, la Policía y demás, muy nana.

Ibagué y el Tolima, por supuesto, no son ajenos a esta realidad. Hablen con un amigo del Espinal, un miembro de la Cámara de Comercio del Sur y Oriente del Tolima, un transportador y un comerciante, y verán que se sienten asustados, acorralados por la delincuencia. En Guamo sucede lo mismo; en Purificación y Prado, igual. Tomen otro corredor, hacia el norte, puede ser desde Alvarado hasta Honda, incluidos los municipios de cordillera. Escucharán lo mismo.

Algo están haciendo mal o no están haciendo -por andar dedicados a la anunciativa y la cháchara como se les volvió norma- las autoridades responsables del tema en alcaldías, Gobernación, el Ejecutivo central y la Policía, para que la delincuencia ande como en la canción de Rubén Blades, Pedro Navajas, a tres cuadras de cada esquina. Hay que arreciar operativos de calle, fortalecer y transformar la inteligencia del Estado, meter mano al sistema de justicia y la normativa laxa en favor del delincuente, en especial del juvenil, pensando en cosas etéreas como la resocialización, que nunca se ha dado. También, no quedarse callado, denunciar públicamente, seguir exigiéndoles trabajo y resultados concretos.

Por eso, mientras ellos siguen hablando y hablando, forzando datos y estadísticas para cuadrar supuestos avances en seguridad, hay que arreciar el autocuidado y pedir la protección divina en las calles.

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