Fernando Soto Aparicio: Obrero de la escritura

libardo Vargas Celemin

El pasado lunes 2 de mayo falleció en Bogotá, el escritor tal vez más prolífico de toda la literatura colombiana, Fernando Soto Aparicio, un hombre que desde los 20 años comenzó a publicar libros, con tenacidad y compromiso con lo que él consideró su propuesta estética, basada fundamentalmente en el uso del realismo como escuela literaria y la descripción como forma de encarar la crudeza de los hechos y sus secuelas.

Soto Aparicio fue incluido en la década de los sesenta, en el canon oficial del Ministerio de Educación, por eso la lectura de su obra, “La rebelión de las ratas” se convirtió en una tarea obligatoria en las clases de literatura colombiana y miles de jóvenes se enfrentaron a ella y recibieron el impacto casi morboso del sufrimiento de familias prototípicas, a quien la vida les deparaba una cadena increíble de tragedias.

La suerte de Rudencio Cristancho, el campesino que migra del campo hacia la ciudad con su familia y recibe los más disímiles golpes de su vida, se convierte en el doloroso cuadro de una situación que se vuelve normal en los cinturones de miseria de las ciudades colombianas.

Un cáncer gástrico acabó con la vida de este autor de Socha (Boyacá), quien dio ejemplo de disciplina y compromiso con una profesión que abrazó desde temprana edad.

Paradójicamente Soto Aparicio muere el día del cierre de la Feria Internacional del libro de Bogotá, escenario donde siempre estuvo presente con el lanzamiento de sus obras y con su participación en conferencias y mesas redondas sobre literatura colombiana y sobre esos oficios que alternó, con tareas afines como la de autor de libretos para televisión, periodista y docente universitario.

Escribir 27 novelas, 12 poemarios y un sinnúmero de textos de ensayos, teatro, obras infantiles y de otros géneros, hasta completar el número de setenta y dos libros es una verdadera proeza, pero mucho más es el hecho de haber logrado su publicación, en un medio donde solo hay cupo para unos pocos privilegiados, mientras los demás autores tienen que acudir a su propio esfuerzo económico para editar y poner a circular sus libros.

Recibió Soto Aparicio algunos premios y reconocimientos, siete títulos de doctor Honoris causa, cuando sus estudios formales solo llegaron a cuarto de primaria. Tal vez el más significativo de estos premios fue de Casa de las Américas de 1970, con la obra “Que viva el Ejército”.

Pero se llevó a su tumba el reconocimiento de un pueblo que se encontró reflejado en sus historias de mineros, campesinos y seres marginados, surgidos de esa cantera de los pueblos boyacenses y colombianos en general, cuya rica tradición oral supo transmutar en párrafos y versos sencillos y realistas.

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