Los descendientes de Billy de Kid

libardo Vargas Celemin

Los Estados Unidos de Norteamérica lideran los tiroteos masivos con pérdidas de vidas humanas, en una práctica que no tiene una aparente explicación, pero que se repite con frecuencia desde antes de haberse configurado como nación. La conquista del Oeste como arrasamiento de la población nativa aportó al imaginario colectivo, nombres como los de William Henry McCarthy, más conocido como Billy de Kid, un forajido de origen irlandés, habilidoso con el gatillo que, en su escasa vida de veintiún años, parece que fue el responsable de dar muerte a más de veinte personas.

En los últimos años se han incrementado los tiroteos en colegios, universidades, iglesias, bares y hasta fortalezas militares, propiciados por hombres generalmente solitarios, algunos de ellos excombatientes de las guerras en que han participado los estadunidenses, sin aparentes motivos, a no ser por oscuros fanatismos religiosos, raciales o políticos.

Estos ataques tienen en común que han sido efectuados con armas modernas de gran potencia y que se pueden adquirir fácilmente en cualquier almacén dedicado a este negocio, y sin que se exijan muchos requisitos, excepto el ser mayores 18 o 21 años, dependiendo del tipo de armas.

Los Estados Unidos es el país en el que sus habitantes más armas tienen para su protección personal. Aunque no existen bases de datos que den cifras exactas, se habla de que hay más armas que ciudadanos. La poderosa Asociación Nacional de Rifle es una organización que tiene un gran peso en el consenso de la política de los Estados Unidos y su función, además de promover el uso de las armas, irónicamente figura como protectora de los derechos constitucionales de la población.

Amparados en la segunda enmienda a la Constitución, los mercaderes de la muerte, como bien pidieran llamarse estos comerciantes, plantean como un derecho inalienable el de defenderse de las agresiones que puedan ser víctimas. Aunque el presidente Obama intentó una regulación de este negocio, el poder político y económico que tiene la Asociación se lo impidió.

Pero más allá de verse como un derecho de defensa, ese libre comercio de armas se ha convertido en un atentado contra la vida de ciudadanos inermes y vulnerables que son atacados sin ninguna justificación y mueren a manos de fanáticos religiosos, políticos o racistas, con la aquiescencia de los dirigentes políticos que prefieren las masacres consuetudinarias, antes que legislar en favor de la vida.

Stephen Paddock, supuesto autor de la masacre de Las Vegas, no es más que un producto de una sociedad enferma y heredero de una tradición que viene desde Billy Kid. Tanto él como su locuaz presidente, encarnan la esencia del norteamericano lleno de miedo, que solo tiene las armas y las amenazas para sentirse protegido.

lcelemin2@gmail.com

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