¡Pékerman, presidente!

Sería inexcusable error permitir que la FCF renueve el contrato a Bendito Pekermán, máxime, cuando aquí anidan 47 millones de potenciales técnicos que tienen, cada uno, la verdad revelada sobre un planteamiento táctico y una alineación infalibles para ganar, lo que les confiere autoridad para ‘madrear’ a los entrenadores autóctonos cuando no triunfa su equipo. Es cuestión de escoger uno al azar.

El eficaz trabajo de Pekermán, su autoridad y credibilidad, la disciplina que impuso, su visión, lo habilitan para más altas jerarquías. La presidencia de la república, por ejemplo, lánguido cargo estigmatizado en el tiempo por figurones demagogos y maquiavélicos que nos han decepcionado. Hay que rescatarlo y encumbrarlo, como a la Selección.

No sé que opinen los politólogos, pero este argentino, al que ya consideramos más nuestro que la fritanga de El Campín, hizo un magnífico ejercicio de filigrana político-competitiva y conducción de poderes de un colectivo humano, cuyo proceso bien puede aplicarse con éxito a recomponer este descuadernado país: inculcó al grupo una meta común, no promesas populistas; los enseñó a trabajar en equipo para alcanzarla, y no cada uno por su lado como nuestros politicastros; los persuadió a compartir el balón, a no engolosinarse con él, como hacen los politiqueros con los puestos y el erario; los obligó a asumir responsabilidades y a no culpar a otros de sus yerros, nada que ‘perdimos por persecución política’; les enseñó a ser humildes, no arrogantes como los ungidos con el poder. Y nos dio muchas alegrías.

Dentro de la dosis de pan y circo que una sociedad debe consumir para apaciguar sus tensiones, que si estallan pueden terminar en anarquía, el fútbol, como deporte y como espectáculo, es un buen medio de desahogo dónde cualquiera puede reclamar, sin sudar, un momento de gloria: ‘Ganamos’, aunque sean otros los que luchen.

A veces, también al balón lo inflan mucho para volverlo cortina de humo y camuflar problemas sociales.

Este asombroso fenómeno de masas que saca lo mejor y lo peor del ser humano, es también negocio lucrativo que mueve más US$550 mil millones sin que lo califiquen de mafia (¿?); al menos en Argentina, ofrece iglesia y religión; su dios: Maradona, jugador con pies de barro y guayos de marca; tiene el deporte sus estampitas Panini que codician desde niños hasta presidentes, y registra un variado anecdotario que envidiaría la historia de cualquier monarquía. Como aquel arquero manco que ofrecía ‘darle una mano’ a su equipo cuando perdía. Y tapaba.

Hagámoslo. Postulemos a Pékerman, ‘no perdamos estos momentos de efervescencia y calor, no dejemos escapar esta ocasión única y feliz’. Inyectemos ímpetu colectivo y eficiencia al Estado en 2018.

Nada produce más regocijo que ver a un niño corriendo tras un balón. Volvamos visceral nuestra inclinación por el fútbol hasta alcanzar el gozo inefable del hincha furibundo que describió así su pasión por el juego: Cuando tienes un orgasmo gritas ¡Goool!, y cuando tu equipo marca un gol tienes un orgasmo.

Credito
POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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