Hadas o arpías

Polidoro Villa Hernández

Tras dos aperitivos y como si quisiera exorcizar alguna mala intención, hace algún tiempo un académico cincuentón nos contaba, medio en broma y medio en serio, que lo tenía inquieto su suegra -viuda de buen ver que vive con él y su esposa- porque había iniciado una dieta vegana y reemplazado las lecturas del librito ‘Pensamientos, Soliloquios y Manual de Suspiros’, de San Agustín, por folletos con títulos quiméricos como: “Cumpla cien años sin dolores”. Todos nos miramos de reojo sabiendo que la dama tiene respetables bienes de fortuna y ellos serán únicos herederos. Interpretamos su preocupación como la aparición del clásico síndrome de: ¿Y cuándo se irá mi suegra?

Recordé hoy el caso al saber que el próximo jueves -fecha cercana a la celebración del día de ‘las brujas’, entre semana, no un día de quincena, y seguro sin el despliegue publicitario de fechas más rentables- se celebra el ‘Día de la Suegra’. Sería justo festejar con generosidad esa jornada y la hago pública con anticipación, para poner en evidencia a quienes quieran pasar de agache.

La esencial e inevitable suegra ha sido a través del tiempo el miembro de familia más injustamente vilipendiado del mundo. El sólo hecho de denominarla Madre Política, con la repulsa que causa la segunda palabra, ya le pone un lastre negativo. De ella todo se ha dicho: pérfida, calculadora, entrometida; centro de escarnio con chistes mordaces y groseros y a quien algunos yernos y nueras quisieran poner en lugar de cinturón de seguridad un lazo de horca.

Pero, a la hora de la verdad, indispensable enciclopedia de tradición oral y compendio de sus propias experiencias personales, de recetas, fórmulas, remedios caseros, sobijos y enseñanzas útiles en la crianza de los nietos. Y desinteresado e insomne apoyo de una pareja en los momentos difíciles que siempre se presentan.

Ahora, que haya un 49% de especímenes que no quieran dar libertad plena a su hijo o hija cuando ya han superado la edad de merecer y pretendan acompañarlos hasta en su luna de miel, o decorar con una foto ampliada suya la alcoba de la nueva pareja, eso no le quita mérito a la mayoría.

La contienda comienza cuando una suegra pulpo le dice a su retoño: “Mira, ese/a muchacho/a no te conviene.” Y continúa cuando, ya casados, le dice sobreprotectora a la nuera: “Creo que ‘mi niño’ está muy delgado. ¿Le estás haciendo la sopa como te dije? O, posesiva, al yerno: “Espero que no ‘me’ la estés haciendo sufrir...”.

Y arrecia cuando ‘sugiere’ bautizar a su nieto como Plutarco Elías, por un ‘famoso’ bisabuelo coronel en la guerra con el Perú. Y arde cuando le dice mordaz a la nuera: “¿Hay morenitos en tu familia? Mi nieto no se parece en nada a mi hijo.” Como si la ofendida fuera una fotocopiadora. O cuando quiere apropiarse del nieto: “¡Qué guardería! Déjame, ¡yo lo termino de criar!”.

Las suegras siempre serán hadas, sobre todo si cumplen con la regla: “Si quieres ser suegra amada, mantén la mano abierta y la boca cerrada.”

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