¿Vale la ‘opinión pública’?

Polidoro Villa Hernández

Recibí una ‘llamada de pánico’ del Filósofo de La Pola -el intelectual anónimo más conocido de Ibagué-, urgiéndome ir a su casa. Recordando que en su levantisca mocedad tuvo un episodio poético-suicida con un porro cabezón de cannabis, acudí presto. Lo encontré frenético, mesándose los cabellos y repitiendo un latinajo: Vox populi, vox Dei (Voz del pueblo, voz de Dios).

Acababa de enterarse que la torpedeada nave de la Consulta Popular Anticorrupción había naufragado en el Senado. El caso es que él, pensador idealista demodé, es de los que creen que la voluntad de Dios se reveló a través de esa opinión popular y debía respetarse, más cuando fue avalada por casi 12 millones de ciudadanos. Soñador.

Para calmarlo, le dije que los escépticos, que se multiplican día a día, opinan que lo que llaman ‘opinión pública’ –al igual que los agujeros negros cósmicos-, es un concepto teórico, una sospecha de existencia que pocos toman en serio, excepto en falaces encuestas a las damas que revelan que el 100% de ellas compraría a cualquier precio una crema que desapareciera en dos días arrugas a cualquier edad. Y que en cuanto al valor real del profanado y manipulado voto popular, el electo presidente de Brasil J. Messias (¡!) Bolsonaro, -adalid de extrema derecha, franja dónde levitan los dioses del Olimpo tropical- lo ha tasado en términos que son puro garrote a la democracia que por estas latitudes, sin haber llegado plena, ya comienza a extinguirse:

“El pobre solo tiene una utilidad en nuestro país: Votar. Sirve para votar por el gobierno que está ahí. Sólo sirve para eso y nada más”. “A través del voto, no va a cambiar nada en este país. Solo va a cambiar, desafortunadamente, cuando nos partamos en una guerra civil”.

¿Vayan fusilando mientras llega la orden? Sosegado ya, el Filósofo añadió que la llamada ‘opinión pública’ es como una masa para pan que se infla con la levadura del discurso populista y se desinfla en el horno frío de la desilusión. Por algo solo se maneja en pujas partidistas y en procesos políticos para armar señuelos que atraerán votos porque ‘las mentiras a fuerza de repetirse, terminan siendo verdad’.

Si en su casa, muchas veces el hombre del común no tiene injerencia ni en el cambio de las cortinas de la sala, menos la tiene en asuntos de política nacional y en decisiones de Estado que busquen el interés general, porque ya todo viene prefabricado para que, como dice Bolsonaro, se limite a votar.

En Venezuela y otros países sin suerte, la ‘opinión pública’ clama por democracia, que cese la corrupción, que haya comida, servicios médicos, medicamentos, empleo, derechos humanos. Nada pasa. Se impone la ‘opinión privada’ de un poder apoyado por las armas.

Un ejemplo lo resume: Un dirigente que se jubilaba, aconsejaba al delfín heredero de sus huestes electoreras: “Mira hijo: Un político inteligente toma sus propias decisiones. Un político fracasado, le hace caso al espejismo de la tal opinión pública.”

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