El olvidado Haití

La insoluble circunstancia a apenas unas millas de la más grande potencia universal se convierte en otra gran vergüenza para la humanidad, que parece insensibilizada e impotente ante tan atroces padecimientos.

Ya han transcurrido dos años desde cuando un terremoto destruyó a Haití un 12 de enero. El desastre costó la vida a más de 316 mil personas, graves heridas a otras 350 mil y arrasó con las viviendas de millón y medio de haitianos.

Todo en un país donde el 80 por ciento de la población vive en la pobreza y un aterrador 54 por ciento vive en la pobreza extrema. Con decir que el 40 por ciento del Producto Interno Bruto proviene de las remesas enviadas por los haitianos que trabajan en el exterior y cerca de un millón de personas sobreviven de lo que sus familiares y amigos les mandan.

De hecho la economía haitiana es de subsistencia y ocupa el puesto 149 entre 182 países en las mediciones de Índices de Desarrollo Humano.

La magnitud del desastre de hace dos años atrajo la mirada de todos los organismos multilaterales y los medios enfocaron sus cámaras temporalmente en los más pobres de los pobres.

Mas el tiempo pasa y los desastres se multiplican. El tsunami en el Japón, con contingencias radioactivas y potencial de efectos colaterales en la tercera economía del mundo, resulta más impresionante en la sintonía que la réplica de la miseria subsahariana en el continente.

Como es usual, los recursos anunciados no llegan y las ayudas prometidas tienen dificultades para arribar a su destino. Las estrellas mediáticas buscan otros escenarios más taquilleros en tanto el drama humano se agrava y los millones de damnificados viven su particular y aterrador infierno.

La situación llega a extremos inconcebibles y del último reporte de las organizaciones de ayuda se conoce que los más grandes campos de refugiados son controlados por cerca de 21 grupos criminales que monopolizan las más esenciales vituallas como el agua y la comida, de tal manera que obligan a las niñas, tan pequeñas como de ocho años, a prostituirse por congruas raciones.

La insoluble circunstancia a apenas unas millas de la más grande potencia universal se convierte en otra gran vergüenza para la humanidad, que parece insensibilizada e impotente ante tan atroces padecimientos.

El Gobierno colombiano envió algunos aviones con auxilios, contribuyó con policías y voluntarios para las tareas de reconstrucción; el presidente Santos intervino en la OEA y la ONU para recabar más auxilios y los organismos de socorro promovieron el recaudo de donaciones en el país, pero todo resulta insuficiente ante una tragedia de dimensiones bíblicas.

La consciencia del mundo debe despertar y acudir de nuevo en apoyo de una tarea que apenas comienza.

EL NUEVO DÍA

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