En DefenSA de lAs MayúsCULas

Si la señorita Yetri, mi primera maestra, viera este titular, sus ojos azules se enturbiarían, porque para ella las mayúsculas no eran simplemente unas letras más grandes que las otras, sino unos rasgos elegantes y estilizados, producto, no del capricho de tipógrafos, sino de convenciones que le daban un significado especial.

Ella siempre me recomendó que las dibujara lo mejor posible y así lo hago cuando inicio un párrafo; encuentro un punto seguido o un nombre propio.

Sus normas de uso son tan sencillas y poco cambiantes que las he memorizado y hasta hace poco me daba el lujo de no marcarles la tilde, pero hace poco la Real Academia de la Lengua le dio por levantar el veto y ahora tengo que acudir muy a menudo a mis cuatro amigos, los diccionarios.

Estas letras, que se inventaron por allá en la Edad Media, parecen correr la suerte de tanto artefacto que la tecnología arroja al olvido.

La red le ha dado un certero golpe a su uso y las nuevas generaciones ya no tienen que tomarse la tarea de averiguar por qué Don Quijote va en mayúscula inicial y cualquier otro quijote no. Es más, si oprimen la tecla que agranda las letras y se les queda activada, siguen escribiendo sin importarles la estética del escrito. Si están chateando se olvidan de la existencia de las vocales y escriben simplemente TQM.


Como van las cosas, y no quiero ser agorero, el empobrecimiento del idioma nos va a devolver a los siglos XVI y XVII y al caos ortográfico que se vivió por aquel entonces.


La organización de los textos para su fácil lectura y comprensión se verá enredada con una jerga ininteligible propiciada por el afán y el vértigo de intentar comunicarse con alguien, en medio de esa soledad y aislamiento que  caracterizan a la sociedad contemporánea.


Los profesores, no solo los de Lengua Castellana, sino todo aquel que intervenga en el proceso de formación de los jóvenes, al igual que los padres de familia, los periodistas, la sociedad entera, debiéramos hacer un pacto para defender, además de las mayúsculas, el idioma en general o de lo contrario estaremos siendo cómplices de la pauperización intelectual de las nuevas generaciones, enconchadas en la paradoja de la innovación tecnología que, si bien ofrece mares de información en la red, impide el desarrollo del idioma a través de la escritura y  el pensamiento creativo.


El dinamismo de una lengua no se mide por la cantidad de apócopes, aféresis o síncopas que utilice, sino por su capacidad de describir y crear mundos reales o ficticios con el aporte de las palabras, alguna de ellas con la impronta de su tamaño.


Profesor Titular UT lcelemin@ut.edu.co

LIBARDO VARGAS CELEMIN

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