¿Creatividad e imaginación?

El espacio se acabó pero sería imperdonable no hacer mención al derroche de chabacanería, desorden, desaseo, reciclaje de elementos usados, borrachera colectiva y ausencia de estética en lo que ha devenido la celebración de las fiestas ancestrales con un desperdicio inconcebible de recursos públicos.

El Festival Folclórico Colombiano vino a aparecer como una de las más eficaces ideas para sanar las profundas heridas que había dejado la Violencia y borrar del imaginario nacional el estigma de barbarie que identificaba al Tolima.

Adriano Tribín se empecinó en la idea y Rafael Parga lo secundó para darle entidad nacional y lograr una mayor representación de las regiones.

De las cenizas del holocausto surgió una festividad que buscaba el renacer de las fiestas ancestrales a más de modificar ese pasado de muerte y convertir a Ibagué en el epicentro de las mejores expresiones culturales del país, en una disputa de creatividad, ingenio y respeto por las más caras tradiciones.

No solo se limitó a la música y la danza. En las primeras ediciones se llevó a cabo el Salón Tolimense de Pintura al que aportaron obras los más destacados cultores de la plástica nacional de la época. Obras que, aunque menguadas por amigos de lo ajeno que equivocadamente han sido designados para proteger el patrimonio, pueden admirarse en el Museo de Arte del Tolima.

En el comienzo la ciudad carecía de hoteles suficientes, de manera que las familias brindaban sus hogares para alojar las delegaciones de los distintos departamentos, los jóvenes servían de edecanes o guías turísticos (gratuitamente) y, todos sin excepción, lucían atuendos alegóricos a los campesinos tolimenses, con pañuelos rabo e’ gallo y no bayetillas como ahora, y a nadie se le ocurría ponerle lentejuelas a las vestimentas femeninas y, mucho menos, a las masculinas.

Las delegaciones competían con sus mejores coreografías y arreglos musicales. Los que meses atrás se encontraban aliados en luchas fratricidas, ahora bailaban en las calles sin importar credo, afiliación política o posición social. Por cierto, como se trataba de un certamen en donde se entronizaba el ingenio y la imaginación cada grupo y aspirante hacía gala de creatividad o dedicaba horas a la investigación de las manifestaciones artísticas de sus ancestros.

No como ahora que, en gran medida, el asunto se reduce a la rutinaria y absurda repetición de una sola melodía y única coreografía que copia, malamente, a los huilense y su bambuco (cuando estos se iniciaron imitando las festividades de Ibagué).

El espacio se acabó pero sería imperdonable no hacer mención al derroche de chabacanería, desorden, desaseo, reciclaje de elementos usados, borrachera colectiva y ausencia de estética en lo que ha devenido la celebración de las fiestas ancestrales con un desperdicio inconcebible de recursos públicos.

REDACCIÓN EDITORIAL

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