Editorial: Un viento fresco y renovador

Ante las familias reunidas se comprometió a responder y sancionar los pecados cometidos al interior de la Iglesia pero también a reclamar por los derechos de los inmigrantes, los destechados, los exiliados y los pobres.

En mayo pasado el papa Francisco dio a conocer su encíclica Laudato si, fuerte mensaje que camina de la mano de consolidar la doctrina de la Iglesia Católica sobre la casa común, como denominaba San Francisco al planeta. Continúa así un trabajo iniciado por otro papa bueno, el inolvidable Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris.

El papa, de esta manera lleva a gobiernos y ciudadanos del mundo a reflexionar y revisar sus obligaciones para el respeto del bien común y compartido, a la vez que retorna a lo básico en el sentido de reclamar por los derechos de todos, en especial de los más débiles con una particular referencia a la propiedad de la tierra.

Su imagen amable y sencilla, bien diferente de la de un tonante líder y más la de un pastor cercano a su grey y preocupado por el bienestar de sus semejantes le había granjeado la simpatía de millones.

Nada de lo anterior permitía presagiar la explosión de reconocimiento mundial que ha supuesto su gira por Cuba y Estados Unidos, lugares en los extremos ideológicos que han caído rendidos ante la figura, el carisma y el pensamiento del pontífice.

Desde la libertad religiosa, la función primordial de la familia, la armonía en la diversidad, hasta la paz de Colombia, en una Cuba que se apresta a reiniciar su discurrir en el concierto de las naciones tras la coyuntura de la reanudación de relaciones con los Estados Unidos.

Para luego, llegar a Washington y alternar entre los estandartes del poder en la Casa Blanca y el Capitolio con familias de inmigrantes pobres en las barriadas y humildes escuelas parroquiales en la capital de los Estados Unidos. Enseguida pasar a Nueva York donde se dirigió a los poderes materiales en la Asamblea General en las Naciones Unidas, fue a San Patricio con la más alta clerecía y también estuvo compartiendo con niños latinos en una escuela de East Harlem y con las masas en el Madison donde de nuevo recordó a la multitud que no debe avergonzarse de su origen ni olvidarse de sus tradiciones.

El remate fue en Filadelfia, cuna de la libertad de los Estados Unidos, donde tañía la campana rota en homenaje a quien ha sabido marcar un nuevo despertar para millones y tornara lo básico a la iglesia que comanda con firmeza y claridad.

Ante las familias reunidas se comprometió a responder y sancionar los pecados cometidos al interior de la Iglesia pero también a reclamar por los derechos de los inmigrantes, los destechados, los exiliados y los pobres.

Los nuevos vientos, que no son otros que los que quedaron plasmados en los evangelios, han de airear no solo los cerrados conciliábulos de la Curia Romana sino los centros de poder de un mundo que parece ajeno a las prioridades y dispuesto a propiciar un suicidio colectivo por cuenta del egoísmo y la avaricia.

REDACCIÓN EDITORIAL

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