Editorial: El regreso del péndulo

El ambicioso proyecto no se alcanzará solamente con manifestaciones de buena voluntad sino con acciones y garantías sobre las que deben comprometerse productores y gobierno, pero ante todo aprender de la experiencia para no volver a cometer tan crasos errores.

Por años, incluso mucho antes de que se impusiera la tesis de la apertura indiscriminada de fronteras, un sector de analistas de la economía ha venido criticando el despropósito que supone dejar desprotegida la producción nacional y en peligro la seguridad alimentaria, el empleo, la gobernabilidad del territorio y el aprovechamiento de los factores de producción.

Quienes triunfaron con sus propuestas machacaban las tesis que señalaban que le resultaba más favorable al país y sus habitantes, adquirir bienes baratos en el extranjero (no importaba si el precio bajo obedecía a subsidios gubernamentales en los países exportadores) que producirlos en el país a precios reales.

La propuesta venía acompañada de un escenario ideal en el que, por gracia de la apertura y la firma indiscriminada de tratados de libre comercio TLC, llegarían productos baratos que beneficiarían la canasta familiar haciéndola más surtida, abundante y barata y, simultáneamente, los productos nacionales accederían a insaciables mercados ávidos de nuestros productos.

La idílica y fantasiosa visión nunca se ha podido concretar, el país pasó de importar un poco más de 400 mil toneladas de alimentos a casi 10 millones de toneladas, desaparecieron los cultivos de trigo, soya y cebada y Colombia que era autosuficiente en maíz, fríjol y lenteja quedó dependiendo de las importaciones y vulnerable a factores sobre los que, está visto, no tiene control, como son las políticas agrarias de los gobiernos, los subsidios alcanzados por gremios de exportadores y el poder adquisitivo de la moneda nacional.

La variación en un año de más de mil 300 pesos en la cotización del dólar puede resultar ruinosa para actividades como la avícola, la porcícola y la ganadería de establo; así como se estima inevitable un incremento en el precio de productos esenciales de la canasta familiar como los lácteos, el pollo y la carne vacuna y de cerdo.

La situación ha llevado a que gremios y gobierno adopten medidas de emergencia por medio de las cuales se pretende recuperar, en los próximos tres años, un millón de hectáreas para la producción agrícola, actividad enfocada primordialmente a la sustitución de importaciones.

A lo anterior se suma el hecho de que ante las tendencias poblacionales el mundo requerirá cantidades incrementales de alimentos en los próximos años y solo países con disponibilidad de tierra y agua, como Colombia, podrán atender la demanda.

El ambicioso proyecto no se alcanzará solamente con manifestaciones de buena voluntad sino con acciones y garantías sobre las que deben comprometerse productores y gobierno, pero ante todo aprender de la experiencia para no volver a cometer tan crasos errores.

REDACCIÓN EDITORIAL

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