Editorial: Espectáculo y juego vs. confrontación salvaje

Otra medida igual de drástica que consiste en la sanción de las plazas donde se suceden los desmanes es igualmente eficaz, pero siempre se evade por la presión de los clubes que nada hacen para establecer controles y más bien patrocinan a las barras bravas, por razones extradeportivas.

Marcado contraste se ha advertido en el comportamiento de los asistentes a dos torneos internacionales de fútbol, pues mientras en uno los aficionados han celebrado fiestas y acudido con sus familias a un espectáculo pletórico de cantos y armonía, el otro ha mostrado los rasgos más salvajes de la población con destrozos y heridos dentro y fuera de los estadios.

El mundo ha presenciado asombrado que mientras en Europa las barras de gamberros ingleses, rusos, alemanes y croatas despedazan las ciudades, destruyen los estadios y se causan toda suerte de heridas durante la Eurocopa que se escenifica en Francia, en Estados Unidos en la Copa América del Centenario todo ha sido civilizado, con música y fraternidad, que no solo se observa en las ciudades donde se celebran los partidos, los alrededores de los estadios, en las graderías y en los mismos campos de juego. La escena de los jugadores colombianos consolando al peruano que erró un cobro desde el punto pénal se ha convertido en la imagen del torneo y ha merecido los elogios de la prensa limeña muy poco dada a estas expresiones.

Los torneos mencionados aún no culminan pero no se espera que se vaya a modificar el comportamiento de los aficionados y, en el caso de Europa, ya hay advertencia de drásticas sanciones para los violentos.

En tanto, en Bogotá en la celebración de los 70 años de existencia del equipo Millonarios se presentaron toda suerte de desmanes: destrucción y saqueo de los buses de Transmilenio, 27 heridos con armas blancas y lesiones a miembros de la Policía, y eso que estaban de celebración y no se enfrentaba el equipo a ningún adversario. De hecho, el campeonato profesional colombiano es motivo de confrontaciones violentas, desmanes en las calles y destrucción de los estadios, a más de sangrientas rivalidades que se suceden aún entre barras del mismo equipo.

¿Cómo se lidia con tanta irracionalidad y cómo se soluciona un desarraigo social de tal naturaleza? Son incógnitas que todavía no tiene cabal respuesta.

Lo que sí resulta funcional es impedir el acceso de los gamberros a los estadios para lo que se requiere de seguimiento e identificación. Otra medida igual de drástica que consiste en la sanción de las plazas donde se suceden los desmanes es igualmente eficaz pero siempre se evade por la presión de los clubes que nada hacen para establecer controles y más bien patrocinan a las barras bravas, por razones extradeportivas.

En tanto un juego y un hermoso espectáculo se ve convertido en confrontación salvaje y expresión de primitivas reacciones.

REDACCIÓN EDITORIAL

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