La ética de lo público

Las cárceles están llenas de inocentes, pero también en las calles abundan los ladrones de saco y corbata, y peor aún, no solo en las calles, sino en muchas ocasiones en el poder.

En días pasados, el procurador Fernando Carrillo en entrevista con EL NUEVO DÍA nos recordó algo fundamental en el ejercicio público y que ninguno puede olvidar: la importancia de construir la ética de lo público. Él, Constituyente del 91, y quien en los cargos durante su carrera política ha demostrado ser honesto y comprometido con su labor, mostró la necesidad de erradicar en Colombia el concepto de que los recursos públicos pertenecen a unos pocos avivatos que quieren hacerse ricos.

Infortunadamente, en nuestro país la corrupción ha hecho carrera desde hace un buen tiempo, y el desprestigio de la clase dirigente es total, tanto que ante los ojos de la gente el político pasó de ser el líder que luchaba por unas causas y los ideales del pueblo, para convertirse en el peor de los ladrones que solo busca el bien particular. Parte de que el colombiano promedio esté acostumbrado a la trampa, de hacerla y que se la hagan, y que aquello sea moral y socialmente aceptado, tiene que ver con la educación recibida no solo por parte de la escuela, sino por padres de familia, quienes desde la primera infancia, y quizá guiados por la forma en que fueron educados, se han encargado de reproducir y propagar dichas conductas deshonestas.

La educación empieza por casa, y por ello es tan vital inculcar valores éticos y morales desde niños. Se puede haber estudiado en el mejor colegio y la mejor universidad, pero quien acostumbra celebrar la trampa porque se es más vivo o más ‘abeja’ como dicen, y a irrespetar y llamar bobo al que respeta las normas y es correcto y transparente, muy seguramente lejos está de ese ser íntegro y ético ideal que debería permear todos los niveles de la sociedad, en especial lo público. Además de la sanción moral, es fundamental una condena penal ejemplarizante no solo para impartir justicia, sino también para generar escarmiento.

No habría que ir muy lejos para referirnos a la trampa y la marrulla, y en ese orden de ideas, y en la búsqueda de acabar de alguna forma con las malas prácticas en lo público, especialmente en la política, así como la condena de Orlando Arciniegas por el caso de los Juegos, los ibaguereños esperan la misma contundencia para Luis H. Rodríguez, y para todo aquel que desangre el erario de la forma que sea.

Las cárceles están llenas de inocentes, pero también en las calles abundan los ladrones que visten de saco y corbata, los deshonestos, los tramposos, los corruptos, y peor aún, no solo en las calles, sino en muchas ocasiones en el poder. ¡Que el escarmiento sea tan grande, que jamás les queden ganas de robar un centavo!

REDACCIÓN EDITORIAL

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