Buenos vientos para el cooperativismo

Uno no entiende porqué, siendo elemental, en el palabreo ideológico y programático de los candidatos tolimenses a elecciones nacionales, nadie (y nadie es nadie), propuso ideas para construir democracia económica como fundamento esencial de la democracia política y así validar, intelectual y moralmente, su pretensión electoral.

Sustento la duda diciendo que la democracia política es farsa cuando, en un territorio, la gente carece de oportunidades para alcanzar un buen vivir y no se beneficia o participa, directa o indirectamente, de la dinámica económica y, al contrario, padece desigualdad, desempleo, inseguridad, conflictos sociales, concentración de la riqueza y tantas otras formas de miseria, incertidumbre, ruindad moral, pobreza y retroceso en general. Ojalá en las elecciones de octubre de 2023 no ocurra igual.

Democracia económica sería la eficaz redistribución del ingreso público; la participación del trabajador en el capital, la dirección y las utilidades de muchas empresas privadas; el control directo de los usuarios sobre los servicios públicos; el amplio acceso a las oportunidades, el conocimiento y la tecnología; la educación de calidad para todos; una seguridad alimentaria basada en la supremacía del productor rural y la agroindustria tolimense. Pero la forma más nítida de democracia económica es el cooperativismo, sistema que haría posible un Tolima de dueños, pero que no surge en su plena dimensión por miopías y porque los gobiernos lo ningunean y le ponen frenos para poder privilegiar al “gran capital” y al centralismo. Hughes de Jouvenel (“Prospectiva: Construcción Social del Futuro”) dice que… “el futuro es dominio de la libertad, el futuro es dominio del poder y el futuro es dominio de la voluntad”. Este enfoque del tiempo histórico invita a retomar la invitación que planteara A.F. Laidlaw (“Las Cooperativas en el año 2000) al decir que “no se ha escrito la historia del futuro, y los cooperadores deben estar dispuestos a que no se escriba sin su participación”.

Éste llamado a los cooperativistas deberían oírlo líderes sociales, políticos y gremiales y los gobiernos del Tolima que realmente creen en una economía propia (endógena), próspera y democrática. En regiones pobres como el Tolima, la alucinación neoliberal impide saber que la economía cooperativa es posible y que ha sido eficaz en países prósperos. Cajas Desjardins en Canadá; Modelo Reiffeisen, Alemania y Países Bajos; Crédit Unión, Estados Unidos; cooperativismo finlandés (“La isla cooperativa”); Cajas Rurales y cooperativismo industrial y agroindustrial, España; Cajas agrícolas, Francia; cooperativas suecas de vivienda, consumo, carburantes, turismo. En Norteamérica (Canadá y USA), Europa, Asia y algunas ínsulas latinoamericanas (Ej. cooperativas financieras, Antioquia) hay notables ejemplos de cómo el cooperativismo ha sido gestor de una inclusiva, solidaria y sostenible prosperidad social y económica.

En la era progresista que confío iniciará en agosto, el cooperativismo, como relevante forma de capital social, tendrá buen viento para mostrar su virtud como modelo socioeconómico. Basta que los tolimenses admitamos que todos debemos ser cooperadores y, por lo mismo, que, en gran parte, la economía productiva, democrática e incluyente debe ser cooperativa.

 

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Alberto Bejarano Ávila

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