La paz con las Farc ya es real, hay que construir las demás

Columnista Invitado

Sin importar las convicciones políticas o sociales, a cualquier colombiano medianamente informado sobre la historia y la vida actual del país, le resultará imposible desconocer que el acuerdo logrado en Cuba entre el Gobierno y las Farc es trascendental, quizá el hecho más importante ocurrido desde mediados del siglo pasado.

Pero una dificultad evidente es que la mayoría de los colombianos no clasifica en ese grupo de ‘personas medianamente informadas’. Por el contrario, la inmensa mayoría del país desconoce los procesos que generaron la situación de guerra, los repetidos fracasos en el intento de transformar ese conflicto de militar a político y, específicamente, el contenido de los acuerdos firmados por las partes durante los últimos tres años.

Seguramente no es culpa del proceso de negociación en sí, ni un fracaso del Gobierno en su obligación de hacer pedagogía sobre lo que discute con la guerrilla; incluso, tampoco de los medios de comunicación que no hemos sido lo suficientemente creativos para contar por qué este hecho, en verdad puede calificarse como histórico. Quizá es la suma de todos esos factores y de una estructura débil de principio a fin en el sistema educativo, de difícil acceso y de baja calidad.

Por eso mientras en La Habana firmaban un documento de tamaña importancia, los voceros del Gobierno recurrían a frases grandilocuentes y los medios, en todas sus formas, nos esforzábamos en estar a la altura de las circunstancias, hoy fue frecuente escuchar a cientos de colombianos repitiendo, con ironía: “¿Eso qué tiene que ver conmigo?”, “No les creo a las Farc, tampoco a Santos”, “¿Acaso con esa firma, mañana me van a pagar más?, “En el país todo va a seguir igual”.

Ahí está un reto verdaderamente serio en este momento en que la guerra con las Farc está tan cerca de su final. Esos acuerdos logrados en La Habana tienen que generar un verdadero cambio en la vida de la gente del común. Los colombianos tienen que sentir que para ellos, o para sus hijos, la paz significará esperanza, una nueva manera de ver hacia el futuro.

Frases en ese sentido ya se escuchan desde distintas orillas ideológicas. Es el momento que de las frases se pase a las acciones, que al tiempo con el cronograma de desarme conocido hoy y que se desarrollará después del Día D (el de la firma definitiva), haya cambios visibles y prácticos en la vida nacional. Que la reconciliación, el perdón, la no repetición, tengan rostros, tengan historias reconocibles, signifiquen un giro en la forma de relacionarnos dentro del país.

De tal manera, la paz dejará de ser una conversación entre Santos como jefe del Gobierno y los jefes de una guerrilla (en la que la mayoría no se reconoce ni en uno ni en otro lado) y se transformará en un sentir nacional, en un respeto de las diferencias, en una actitud de vivir en función de los sueños, pero dejando que los demás vivan por los suyos, de la manera que quieran, con las opiniones en que crean, desde el sitio que les guste y con las preferencias que elijan.

Así que el convenio conocido hoy en Cuba y la firma que se haga pronto del acuerdo definitivo tendrán la importancia histórica que merecen y, más importante que eso, serán excusas para cambiar la agresividad que ha caracterizado nuestras relaciones internas, por la convivencia que se necesita para construir posibilidades de futuro.

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