Una cuestión de fondo

Alberto Bejarano Ávila

Quién podrá negar que la retrógrada manera de hacer política en el Tolima (politiquería en jerga común) causa o nutre el atraso.
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Desde hace muchas décadas la práctica gamonalesca, feudal y antidemocrática de la rapacería o repartija burocrática de las instituciones devastó el magno significado de la política; quebrantó la ética; aupó el mal uso o uso ilícito del erario; exacerbó la corrupción; opacó el talento; indujo espíritu gregario; creó cultura “rosquera”; nos hizo vulnerables ante al abuso externo; apocó el análisis; nos dividió y enemistó; inoculó mañas indeseables a algunos privados; castró el espíritu emprendedor; convirtió el vocablo desarrollo en muletilla intrascendente; nos descarriló de la línea del tiempo histórico.

“De politiquería está empedrado el camino el atraso”, juicio innegable porque de uno u otro modo bien sabemos que tan funesta conducta sólo lleva a la ruindad económica y moral y, pese a ello, por necesidad, hábito o falta de opción política, muchos cohabitan de mala gana con ella, mientras que otros, por candidez o buena fe y no pocos por conveniencia (indebida a veces) la veneran y alaban o, cuando menos, ven como normal lo que en verdad es colosal anormalidad.

De la tiranía del politiqueo nadie debe esperar un futuro próspero y, así digan que es un mal nacional, los tolimenses estamos obligados a corregir ya tan grave aberración haciendo de la política un ejercicio ético, democrático, inteligente, moderno y eficiente.

La turbia acción politiquera no se cambia con reacciones anti politiqueras sino construyendo una realidad política honorable y decorosa y, mientras no emerja ésta otra realidad política, la politiquería seguirá lacerando la vida tolimense, sin que exista razón válida para tolerarla de por vida. El asunto que debe saberse estriba en que, por sí mismas, las voces críticas no forjan nuevas realidades y de ahí que sean ideas distintas y propositivas, basadas en el juicio crítico, las que darían lugar al nuevo modelo político que liberaría al Tolima de la vergonzosa politiquería y por ello académicos y doctos en general, que hoy con abstracciones o silencios validan los anacronismos, podrían conceptualizar y bosquejar ese nuevo modelo político.

No basta repudiar la práctica politiquera, es necesario eliminar de raíz la prosaica lógica que la sustenta y fundar una realidad digna y ello exige que los indignados con el extemporáneo modelo mental y sus espurias prácticas que postran al Tolima, cumplan la tarea de dialogar y convenir, desde lo diverso y los complejo, una auténtica visión de desarrollo para el Tolima y las “técnicas constructivas” (arquitectura estratégica) para hacerlo realidad.

Si casi todos los tolimenses queremos que esa realidad autocrática, medieval y oscurantista sea destronada por una democracia incluyente, informada, dialogante y capaz de instaurar una justa y merecida realidad, faltaría que coincidiéramos en que es insensato convivir con el politiqueo que tanto daño hace y asumir, de una vez por todas, la decisión de convenir el cómo, el cuándo y el con quiénes podríamos reconstruir moral y políticamente al Tolima.

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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