Bifurcar la crítica política

Alberto Bejarano Ávila

Por los mensajes recibidos y los animados diálogos presenciales sobre lo planteado en mis últimos artículos, especialmente los que se ocupan del rumbo que lleva el Tolima, considero conveniente hacer algunas precisiones o ampliaciones imbuidas por una premisa que, pese a su elemental lógica, siempre se evade o brilla por su ausencia en la retórica electoral que, como dijera en aquellos textos, es una verbosidad refrita, casuista e insulsa que no expresa legítimas y renovadoras concepciones políticas que legitimen las aspiraciones electorales. “Mientras no cambiemos los paradigmas o la mentalidad, el rumbo tolimense no cambiara”; esta es la premisa, por todos sabida, por muchos citada y convertida en letra muerta porque no somos consecuentes y, así, la decadencia del Tolima tendrá que continuar.

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Aunque se juzgue de inflexible, para mi es franqueza decir que el Tolima sufre una pesadilla que sociólogos, sicólogos sociales, doctores en ciencias políticas y más doctos no prescriben y medican, delirio recurrente en el que, como si regresáramos 200 años, a la “patria boba”, los tolimenses, casi todos a una, culpamos a la politiquería y sus impunes desmanes de ser la causa principal de nuestro atraso y nuestra cada vez más deteriorada convivencia y luego, llegada la época electoral, casi todos retomamos el mismo camino trillado de la politiquería. En la pesadilla también vemos cómo por arte de birlibirloque politicastros sin ideas obtienen estatus de lideres conspicuos, cómo se aliñan alianzas entre “progresistas” y regresivos para oxigenar la decadencia y cómo exaltamos frenéticamente ese “circo romano”, sabiendo que pocos “ganarán” y que mártires seremos casi todos.

Decía en los artículos que la genuina política la construye toda la sociedad y que esa política no debe dejarse en manos dañinas de electoreros que ni saben ni quieren saber de auténtica política porque perderían su zona de confort, su hábitat feudal, sus cotos de caza, sus filones de riqueza y sus adulones. Ahora digo que el espejismo que al tolimense hace ver normal lo que realmente es anormal exige una catarsis en la que medien fuentes serias de educación, información, intelectuales y sociedad civil para liberar al Tolima de la masoquista pasividad. Debo contar que decidí pararme en la raya y, mientras lo electoral no obedezca a un proceso renovador de largo plazo que congrega a individuos consecuentes y coequiperos, no le jalaré al asunto y, por ello, a quien me invita le respondo que gustoso iré con mis ideas, pero que, si estas no le sirven, cosa compresible, entonces yo no sirvo como acompañante político.

Acabo sugiriendo bifurcar la crítica política, pues criticar a quienes hicieron callo auditivo es inútil y, aunque debemos hacerlo, conviene creer que, además de autocrítica, crítica política merecen quienes, pudiendo y teniendo que generar el cambio, nada hacen, hacen lo mismo que critican o confunden la politiquería con política. De la pasividad, imitación o alucinación nunca emergerá el progresismo tolimense como potencial alternancia de poder y, por tanto, el horizonte tolimense seguirá siendo gris y desesperanzador.

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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