La reforma universitaria ¿Tiene el gobierno claridad sobre la educación que Colombia requiere?

El proyecto de ley reformatoria de la educación superior para Colombia que el Gobierno presentó al Congreso, exhibe, al igual que las iniciativas de transformación de la justicia que se debaten,

el mismo nivel de improvisación y la misma miopía para visualizar el porvenir del país, en cuanto muy poco apunta hacia la optimización de la calidad existente y apenas sí insiste en el aumento de cobertura, considerando como temas de menor entidad la adecuación de los programas que se ofrecen a la circunstancia socio-económica del país y su pertinencia con los propósitos futuros de este, -si es que se tienen, como debiera-, así como la integralidad de la formación que se imparte con la de los restantes niveles del sistema.

Pensar una universidad aislada de su entorno y desvinculada del resto de los elementos que participan en el sistema educativo no solo es erróneo sino torpe, si de veras se quiere  obtener la transformación que el país precisa de cara a los retos que plantean la problemática interna y la urgencia de insertarse como actor protagónico en la vida del siglo XXI, llevado de la mano de una clase dirigente diferente a la que hasta hoy ha tenido, que lo conduzca a transitar por la senda de la eficiencia, con buen actuar,  respeto a la vida y a los bienes ajenos, sobre todo a los públicos.

Así las cosas, cualquier proceso de transformación, debe comenzar por el principio, como diría Perogrullo, dándole preeminencia a los valores sobre los demás temas, para ver de erradicar del país el cáncer de la corrupción y la cultura del fácil enriquecimiento que ha generado el narcotráfico, ya enquistados en la alta dirigencia nacional.

La fragmentaria visión que del “paisaje” tienen el gobierno y como su vocera la señora Ministra, solo evidencian su desconocimiento del sector tendiendo a hacer la situación existente cada vez más precaria, pues el problema no es solo de recursos económicos ni de ampliación de cupos, es estructural y holístico y alcanza todos los niveles de la formación.

Con bachilleres cuasi analfabetos no puede hacerse universidad; con currículas que no generen verdaderas competencias indispensables no puede haber ciudadanos que se inserten fácilmente en la economía; con profesionales y técnicos o tecnólogos formados en contravía de lo que el desenvolvimiento demande, no habrá forma alguna de incorporarlos a la corriente del desarrollo.

Como ya en esta misma columna lo he dicho, insistir en el incremento de la cobertura sin límite y propósito alguno, solo tiende a convertir a Colombia en otra Cuba, en donde la desocupación, el subempleo, la improductividad y la pobreza son notables, pese a que todos tienen educación, al punto que los taxistas, los meseros de hotel y hasta las llamadas “jineteras” ostentan títulos de pregrado, maestría y doctorados sobre los más diversos temas, conformando un ejército de ilustrados inconformes y frustrados, pues lo que en mucho tiempo aprendieron no corresponde a las posibilidades que el medio brinda para el ejercicio de sus conocimientos y el lucimiento de sus talentos.

Con lo que le estaríamos dando otro paso más a un panorama indeseado y bien distante de lo indispensable para el cambio del país.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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