“Nunca segundas partes fueron buenas”

Cuando el bachiller Sansón Carrasco hablando con Sancho en las antañosas páginas del Quijote, sentenciosamente le decía a éste que “nunca segundas partes fueron buenas”.

Cuando el bachiller Sansón Carrasco hablando con Sancho en las antañosas páginas del Quijote, sentenciosamente le decía a éste que “nunca segundas partes fueron buenas”, no estaba haciendo cosa distinta que mostrarle, cómo el conocimiento acopiado a lo largo del tiempo en las observaciones hechas por el grupo social, al ser transmitido de boca en boca, debiera terminar por hacer parte fundamental del acervo cultural de un pueblo o “sabiduría popular” que llaman.

Y es que al traer a colación este proverbio, Cervantes estaba poniendo en primer plano una experiencia probada, con mayor fidelidad y de mejor manera que con cualquier otra forma de expresión más elaborada y menos condensada, que debiera ser consagrada, por sobre cualquier otra, como prescripción de obligado acatamiento para la comunidad, dotada, incluso, de verdadera fuerza de ley.

Elevada a canon imperativo que obligara, al escoger a quienes nos gobiernan, cualquiera sea su militancia, a procurar que el resultado de la elección no se parezca al acaecido en el pasado entre nosotros, o en las vecindades, impidiendo de esta forma que “aquí y ahora” nos suceda algo semejante que nos provoque análogos disgustos y calamidades.

O sea hacer desaparecer las reelecciones en estos lares, dado que los hechos del presente y del reciente pasado ya nos permitieron conocer sus nocivos efectos, y mucho más si para apuntalarlas, se tiene que ofrecer a la peor banda criminal que en Colombia ha habido, - las Farc- y en bandeja de plata, la impunidad, el perdón y el olvido de sus criminales acciones de lesa humanidad y de las otras, cometidas durante la mitad del siglo que pasó y lo que va corrido de este, sin solución de continuidad.

Buscando con ello que el gobernante que se elija no llegue a tener semejanza, ni por el forro, a aquellos que han pretendido perpetuarse en la jefatura del Estado montando a favor de sus propósitos de repetición, descarados programas asistencialistas como “familias en acción” o “viviendas subsidiadas”, a la mejor manera de Perón, Chávez, Evo o cualquiera de esos especímenes análogos o semejantes.

Y mucho menos si quien la pretende es el personero del más marcado centralismo que hayamos conocido en los tiempos recientes, el mismo que le cercenó a las regiones como el Tolima, parte fundamental de sus recursos y que pretende montar la operación minera a favor de empresas transnacionales, para acabar las fuentes hídricas y con ellas el futuro de la actividad agrícola nacional de la cual vive más de medio país.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME - DOME

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