Una verdad a medias

Manuel José Álvarez Didyme

Como bien lo dijo nuestro paisano Alfonso Gómez Méndez en uno de sus sesudos artículos, “…las verdades a medias no resuelven plenamente los conflictos, pero sí son el germen de otros”.

Que es lo que está pasando en el país y que tiene a la opinión nacional estupefacta, de cara a la complicidad institucional de la JEP para con un antiguo líder de la banda criminal de las Farc, Zeuxis Pausias Hernández Solarte, más conocido por su alias de Jesús Santrich, un excomandante de la guerrilla de las Farc y miembro de la Dirección Nacional del partido “Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común”, al decir que el acervo probatorio de su causa no permitió, determinar si este incurrió en el delito de narcotráfico, ni establecer la fecha precisa de su comisión, tratando de minimizar ante la opinión, la continuidad de su inocultable actuar narcotraficante, en providencia que apenas si resulta apropiada para ser incorporada a la antología mundial del cinismo.

Como si la sociedad, afectada en su conjunto, pudiera olvidar su narcopasado y sus prácticas criminales, como las realizadas por su banda por toda la geografía patria.

Con notas de sevicia e inhumanidad superiores a cualquiera de los crímenes cometidos en las muchas violencias que se han registrado orbitalmente, incluidas las del nazismo, el estalinismo, la guerrilla del Khmers rojo en Camboya o las ocurridas en la historia de nuestra América durante la conquista, o en la liberal-conservadora de la primera mitad del pasado siglo en Colombia.

Barbarie estimulada por la inmensa riqueza adquirida y jamás reintegrada, mediante un extenso catálogo de métodos extorsivos, pero por sobre todo por el tráfico de estupefacientes, dañosa actividad como la que más, que al convertirla en conexa con la rebelión, también se ha pretendido arroparla con el manto de la impunidad.

En perversión enmascarada bajo un desacreditado credo, que transmutó la transgresión a las leyes “civilizadas de toda contienda”, en hechos plenamente conocidos por la opinión universal, pues gracias a su criminal torpeza, -que fue en lo que se convirtió la noción de revolución en sus alucinadas mentes-, no les permitió advertir que cada depredación, cada atentado a la población inerme, cada cilindro de gas detonado, cada mina colocada en el campo, cada iglesia destruida o cada fusilamiento, hacía que la eventual simpatía que alguien hubiera podido sentir por su aventura, se transmutara en repudio y menosprecio.

Con fuerza suficiente para desconceptuar todo lo que hoy digan o hagan y para alimentar una reacción tan grande en su contra, por parte de una opinión generalizadamente adversa pese al contraevidente fallo de la JEP.

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